A pocos les quedarán dudas sobre la opinión de que la principal obsesión del presidente López Obrador durante su gestión, fue la de pasar a la historia, sus acciones y decisiones así lo demuestran, la búsqueda frenética de la trascendencia, lo hizo cometer muchos excesos, empezando por los múltiples intentos por historizar cada acto de su gobierno por más banal, efímero e intrascendente que fuera.
En este sentido, habrá logrado su objetivo, aunque no necesariamente de la forma como todos quieren y él incluso hubiera querido, de forma legendaria e inmaculada como un mito a prueba de juicios.
Lo más destacable de su gobierno fue sin duda, el aumento del salario mínimo, una medida justa y realista a diferencia de muchas otras que solo perseguían la pose para foto histórica.
Pero de ahí en más, afirmar que México dejó de ser un país regido por las políticas neoliberales resulta tan absurdo como sostener que el exitoso empresario Carlos Slim es un fanático comunista, no hay tal.
Decir que la estructura de la desigualdad que padece la sociedad desapareció, solo porque aumentó el ingreso gracias a las transferencias por remesas y transferencias sociales, es tan cierto, como decir que no hay diferencias entre intentar llenar de aire un balón ponchado de otro que no lo está, al primero no le puedes dejar de echar aire porque se desinfla, al segundo si.
Convencer y convencerse de que doscientos mil homicidios durante el sexenio es la medida de la pacificación y serenidad del país, es tan insensato como decir que uno es más que dos.
Seguir negando la militarización de México, es tan descabellado como decir que los fusiles disparan flores.
Afirmar que únicamente el ejército y sus soldados son garantía de honestidad, es tan disparatado como decir que fueron hechos por los dioses y el resto somos su escoria.
Soñar con desaparecer la falta de escrúpulos, la arrogancia, la incompetencia y la ambición solo por pertenecer a un partido político, es tan iluso, como enseñar un truco nuevo a un chango viejo.
Al sexenio del presidente López Obrador le sobró narrativa y le faltó realidad, quiso suplir con los poderes mágicos de las palabras una realidad que requería fuerza de voluntad para transformarla, no la hubo.
No se aprobaron leyes antimonopolio para no molestar al gran capital, no se reconstruyó la industria nacional para no molestar a nuestros socios comerciales, no se regresó al ejército a los cuarteles para no ofenderlos, no se democratizaron los sindicatos para no crear “inestabilidad”, no se combatió al crimen organizado para evitar confrontación, no hubo voluntad de hacer nada, sino dejar que las cosas pasaran de largo.
Hubo mucha teatralidad y poco cambio de fondo, del tiempo que dure esto, dependerá en gran medida el juicio de la historia sobre su gobierno.
Desde luego que hubo cosas buenas en este sexenio, la mejor sin duda fue el aumento de los salarios que benefició a los trabajadores.
Por lo demás, puede decirse que este gobierno, gobernó para la impostura, la teatralidad, lo simbólico en lugar de lo real.
Eso fue lo que sucedió con la construcción de las grandes obras de este gobierno y sus múltiples inauguraciones, cautivar a la gente, antes que resolver sus problemas urgentes.
Dentro de las peores cosas que nos deja este sexenio están la política tutelar del gobierno sobre la sociedad, que convierte a México en un niño de cincuenta años que no se puede gobernar y por lo tanto, no necesita democracia y faltar a la verdad sin ningún costo aparente.
Sotelo27@me.com