Se suele pensar de la democracia como el mejor sistema político para tomar decisiones dentro de una comunidad, pero en realidad no es el mejor, a lo mucho el menos malo.
La distinción es relevante considerando que al otorgarle el máximo grado estimativo a su potencial le atribuimos cualidades que tal vez en ciertas ocasiones, no correspondan con su capacidad.
Por otra parte, reconocer que la democracia no es el mejor sistema político, pero si el menos malo, por su potencial para despresurizar tensiones sociales en ciertas condiciones sobre temas controvertidos, permitiría evitar hacer de ella un fetiche que desemboque en una posterior desilusión cuando la realidad humana se impone y no logra por sí sola cumplir con las altas expectativas que los políticos de carne y hueso en su re-juego político le imponen demagógicamente.
La distancia que media entre la noción de ser el mejor sistema político a la de ser el menos malo abre una gran brecha en la que cohabitan sus defectos y virtudes, límites y posibilidades.
La democracia opera en diferentes niveles y de distinto modo en cada área del gobierno, pero la retórica política ha hecho de la democracia un fetiche homogeneizador y un manto para encubrir las verdaderas intenciones de los políticos, en algunas ocasiones, solo ha servido para repartir culpas y socializar los costos de los errores. La democracia se inventó en la antigua Grecia y su formato asambleistico, se idealizó al grado que hoy en día se propone e impone como modelo en las sociedades de masas, cuando el formato en su origen fue pensando y diseñado para las pequeñas Ciudades-Estado griegas en las que el derecho a la ciudadanía estaba restringido lo que hacía de ella un ente homogéneo que facilitaba por su tamaño y afinidad de intereses la deliberación.
Con el crecimiento poblacional exponencial, la creación de los Estados- Nación modernos, la división del trabajo y la subsecuente lucha de clases se hizo necesario la creación de una clase burocrática que gestionara la relación entre los ciudadanos a través de las magistraturas, pero también entre el Estado y el Ciudadano, por lo que se creó un sistema basado en la representación política delegada. Este sistema de representación política delegada, lleva un tiempo generando insatisfacción social debido a una crónica falta de comunicación entre lo que el votante quiere y lo que su representante hace, defectos que no deben ser atribuidos per se a la democracia, pero sin embargo se hace, la democracia no puede garantizarnos las mejores intensiones de las personas elegidas para ocupar cargos de elección popular, solo puede indicarnos quién obtuvo la mayoría de las preferencias, así como tampoco nos puede indicar la razón de las preferencias de los electores, mucho menos si esa razón resulta la más adecuada para otorgar la gran responsabilidad de gobernarnos a todos.
La democracia lleva a cuestas el costo de los cambios de hábitos culturales, las sociedades modernas exigen mayor participación en la toma de decisiones políticas, lo que de entrada suena bastante bien, están en su derecho, pero ese derecho va acompañado de la responsabilidad de ser exhaustivo en el conocimiento de los temas sobre los que hay que decidir, como ya se ha estudiado mucho, los ciudadanos contemporáneos sean vuelto más emocionales, menos racionales, en gran medida han sustituido el argumento por la imagen, y cuando como es de esperarse las cosas no salen bien, culpan de ello a la democracia, cuando la democracia no puede sustituir el proceso que existe en la base de la toma de decisiones.
La reflexión sobre la democracia pasa por poner en cuestión nuestro comportamiento mismo, finalmente, la democracia nunca podrá ir un paso delante de lo que somos, de nuestras virtudes y defectos, de nuestra capacidad para crear problemas y resolverlos.
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