Suele llamarse intolerante a una persona que, solo por motivos personales, discrimina a otros por cómo piensan, en qué creen o cómo viven. En muchos casos también y tristemente, por su color de piel, escolaridad o posición social. En cada uno de estos casos suelen esconderse razonadas sinrazones, sin aparente lógica o justificación plausible.
Existe otro tipo de intolerancia. La de aquellos que pretenden demostrar la falsedad de las argumentaciones de otros, sin que demuestren a su vez, con sus propios discursos argumentativos, aquello que pretenden desvirtuar.
Tal es el caso de algunos autores de la modernidad, como el del filósofo social, escritor y poeta William Irwin Thompson, a quien algunos otros divulgadores y críticos de sus escritos se han hecho eco de sus postulados teórico-filosóficos.
En una de las narrativas de su libro “Al filo de la Historia” el autor, según sus exegetas, afirma que tanto la religión como la ciencia, basan sus dogmas y sus teorías en formulaciones no solo improbables, sino injustificables e imposibles de verificar. Y por eso mismo, dicen que ambas acaban siendo solo “cuestiones de fe”.
Por tratarse de dos instituciones que han sido protagonistas, de una u otra forma, en el devenir de la humanidad, quiero hacer algunas respetuosas precisiones en torno a esas afirmaciones.
A nadie es ajena la inaceptable imposición de dogmas, que desde principios de la era medieval, hasta ahora, ha tenido la Iglesia Cristiana, llamada después de la Reforma Católica, como también ha sucedido con muchas otras religiones en todo el mundo que tienen los propios, y cuyas conductas suelen ser semejantes en el respeto y sujeción a esos dogmas. Negarlo sería tan tonto como absurdo, pues basta releer la historia para comprobarlo. Pero es innegable, pero al mismo tiempo verificable, que, gracias a esa fidelidad a los dogmas propios de cada una, las religiones han tenido un papel igualmente preponderante en todo el proceso civilizatorio humano. Si el dogma es indefendible por su misma naturaleza y es cierto que es una cuestión de fe, quizá los resultados que en esas doctrinas producen, no lo sean.
Algo muy diferente sucede con la ciencia. Es evidente que hay algunas teorías pseudocientíficas que algunas veces pretendan presentarse como científicas. Pero afortunadamente en un punto de la historia de las civilizaciones, el ser humano dio el salto del mito a la razón. Y a partir de ahí, la ciencia comenzó su camino de asombrosos descubrimientos que han hecho que el mundo sea diferente ahora. Que muchos quieran seguir siendo engañados con mitos fantasiosos no verificables, no invalida lo verificable que la verdadera ciencia es. A pesar de más de alguno la ha usado para hacer el mal como ha sucedido con las guerras.
Por la ciencia Galileo enfrentó a los altas Jerarcas de la Iglesia que afirmaban que la Tierra era el centro del universo y el Sol giraba en torno a ella, demostrando con argumentos que ese dogma era obsoleto y la verdad era contraria a la creencia que ellos defendían; debido a la ciencia pasamos de las velas al láser y dejamos de vivir en cuevas y palafitos; gracias al avance científico y a su devoción y personal sacrificio, Fleming y Madame Curie salvaron muchas vidas de la muerte. Y la lista de tantos hombres y mujeres que han hecho avanzar a la humanidad con sus descubrimientos científicos es interminable… y afortunadamente aún continúa. Por cada detractor de la verificabilidad de la auténtica ciencia hay un Copérnico, un Lemaitre, un Alan Turing, un Theilard de Chardin, un Einstein o un S. Hawking. Y de ninguno de ellos puede decirse que es un farsante.
Winston Churchill afirmó que quien no es capaz de cambiar de opinión, nunca será capaz de cambiar nada. Por eso yo creo que la peor forma de la intolerancia es la de aquellos que dicen ser tolerantes con quienes los critican. Pero como creen ser herederos únicos de la verdad, en el fondo no los toleran, los desprecian y los humillan delante de todos, solo porque se atrevieron a pensar diferente. Y son como aquellos que no teniendo argumentos para defenderse acaban por insultar a los demás.
Kant, el notable filósofo alemán y uno de los padres de la Ilustración, exhortaba con vehemencia a los jóvenes de su tiempo a que se atrevieran a pensar y razonar y a soltar las amarras que aún les sujetaban a la Edad Media. “Aude sapere”, les decía, atrévanse a saber para así ser libres.
Un filósofo escribió: “Cuando sólo uno piensa, alguien dejó de pensar”. ¨Pero, tristemente, ese alguien, puede convertirse en un número tal de personas, que, al final terminará creciendo exponencialmente. Y eso sin duda será una tragedia.
“…yo puedo no estar de acuerdo
con lo que usted dice:
pero defenderé hasta la muerte,
el derecho que tiene de decirlo…”
Voltaire