Con la llegada de noviembre es indiscutible que nos aborde la nostalgia, la alegría o pena por aquellos que ya no están físicamente entre nosotros, y en la soledad de la noche, más de uno deja caer una lágrima; pero, que pasaría si le dijera que hoy existen proyectos enfocados en cuidar la salud mental y emocional usando Inteligencia Artificial, ¿es posible hackearnos los sentimientos? Acompáñeme, esto le interesa.
Estimado lector, en una época en que la tecnología parece ocupar cada rincón de nuestras vidas, surge una pregunta fundamental: ¿puede la inteligencia artificial ayudarnos a sentirnos mejor? Más allá de resolver problemas prácticos, hoy vemos cómo las nuevas tecnologías emergen también como aliadas en nuestra salud emocional. Como si se tratara de una revolución silenciosa, herramientas digitales, aplicaciones y dispositivos están entrando al terreno de la salud mental, ofreciendo apoyo, seguimiento y, en muchos casos, un respiro a quienes enfrentan desafíos emocionales.
No es casualidad que, en un mundo pospandémico, la preocupación por el bienestar mental se haya hecho más urgente. La Organización Mundial de la Salud (OMS) nos recuerda que la salud no es solo física, sino también mental y social. El confinamiento, el aislamiento y el estrés han dejado marcas profundas en la vida emocional de las personas. Hoy, más que nunca, tenemos la oportunidad de utilizar la tecnología para darle un giro positivo a esta situación.
Herramientas digitales como aplicaciones de mindfulness, registros de estado de ánimo y plataformas de terapia en línea nos recuerdan que, así como la medicina avanza, también lo hace la atención a nuestra mente y emociones.
Quizá le sorprenda saber, amigo lector, que existen aplicaciones de seguimiento emocional que, además de monitorear nuestros estados de ánimo, permiten detectar patrones en nuestros pensamientos y comportamientos. La inteligencia artificial es clave en este proceso, pues mediante algoritmos avanzados logra procesar grandes cantidades de datos y extraer insights que ayudan tanto a los profesionales de la salud como a los usuarios a comprender mejor sus necesidades emocionales. Según un estudio de la revista Frontiers in Psychology, el uso de aplicaciones de bienestar puede reducir síntomas de ansiedad y depresión en 30% en los primeros tres meses de uso, un dato que invita a reflexionar sobre el poder de estas herramientas.
Las aplicaciones de terapia digital también han ganado terreno. Plataformas como BetterHelp y Talkspace han popularizado la terapia en línea, ofreciendo la posibilidad de acceder a profesionales desde cualquier lugar. Sin embargo, aquí surge un punto clave: no todas las plataformas cuentan con los mismos estándares de privacidad y seguridad, aspectos esenciales cuando se trata de salud mental. La protección de nuestros datos es fundamental para que esta revolución digital en el bienestar mental sea realmente positiva. Después de todo, la confianza es el primer paso hacia una buena salud emocional.
Un aspecto fascinante de este nuevo panorama es el papel que juegan los dispositivos portátiles, o wearables, en el seguimiento de nuestro bienestar mental. ¿Quién hubiera imaginado hace unos años que un reloj inteligente podría medir nuestro nivel de estrés mediante el monitoreo de nuestras pulsaciones y la calidad del sueño? Empresas como Fitbit y Apple han desarrollado sensores que permiten capturar datos biométricos y traducirlos en indicadores de salud mental. Por ejemplo, el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos ha destacado que el uso de estos dispositivos podría ayudar a predecir episodios de ansiedad en personas predispuestas, ofreciendo datos en tiempo real que permiten actuar antes de que una crisis emocional se desate.
Por otro lado, la realidad virtual ha encontrado un espacio interesante en la psicoterapia, especialmente en el tratamiento de fobias y trastornos de estrés postraumático. La posibilidad de recrear entornos controlados, donde el usuario puede enfrentarse a sus miedos de manera gradual, abre un abanico de posibilidades terapéuticas antes impensables.
Y contrario a lo que se pudiera creer, estas herramientas no sustituyen -y dudo mucho que sustituirán- la labor de los psicólogos, tanatólogos u otros terapeutas y profesionales de la salud mental y emocional, sino, por el contrario, pueden convertirse en sus mejores aliados, ¿la razón? Es simple, a la tecnología no se le puede mentir. Un dispositivo capaz de monitorear el estado del cuerpo y las emociones de una persona proveerá de toda la “data” necesaria a los profesionales que decidan abordar las herramientas de “tecnoemocionalidad” como recursos útiles para el diagnóstico, cuidado y seguimiento al tratamiento de sus pacientes.
Quizá el reto más grande de esta “tecnología emocional” sea, precisamente, hacer accesible y confiable el uso de estas herramientas para un público cada vez más amplio y diverso. La tecnología, al igual que la salud mental, no debería estar en un pedestal, sino al alcance de todos. Esta integración nos recuerda que la innovación también tiene el poder de sanar, de acompañar y, en última instancia, de hacernos sentir menos solos. Confiemos en que esta nueva era de bienestar digital mantendrá como prioridad nuestra humanidad y que, poco a poco, nos brindará mejores caminos para entendernos y cuidarnos mejor.
“Después de todo, la muerte es solo un síntoma de que hubo vida”.
Mario Benedetti
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