/ sábado 30 de noviembre de 2024

Hablemos de Tecnología / Talón de Aquiles

Aves de malagüero, tambores de guerra y tormentas viniendo por el horizonte son poco comparado con uno de los actos más salvajes que podrían emprender los países en guerra, y no escribo sobre misiles hipersónicos, sino la posibilidad siniestra de destruir la conectividad de todo el planeta en minutos, si cortamos solo 6 cables, adiós Internet.

Amigo lector, piense por un momento en cómo sería su vida sin internet. Hoy en día, nuestras conversaciones, negocios, transacciones bancarias, y hasta nuestras series favoritas dependen de una red invisible que conecta al mundo entero. Pero lo que pocos sabemos es que esa red es más frágil de lo que imaginamos. ¿Qué pasaría si esa conexión fuera cortada de manera deliberada? El internet, tan omnipresente y esencial, tiene un talón de Aquiles: los cables submarinos.

Estos cables, que serpentean silenciosamente por el fondo de los océanos, son responsables del 95% de las transferencias globales de datos y voz, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA). Esos gruesos cordones de fibra óptica, que se extienden por más de 1.1 millones de kilómetros bajo el agua, son una maravilla tecnológica y, al mismo tiempo, un punto crítico de vulnerabilidad. En un mundo cada vez más tenso, estos cables se están convirtiendo en objetivos estratégicos, lo que despierta una pregunta inquietante: ¿qué tan seguro está el internet mundial?

Recientemente, las preocupaciones se han intensificado debido a una creciente actividad sospechosa alrededor de estas infraestructuras. Autoridades estadounidenses han señalado que Rusia podría estar considerando acciones hostiles contra los cables submarinos, lo que podría desencadenar un caos digital sin precedentes. Las declaraciones del vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, Dmitry Medvedev, no dejan mucho espacio para la duda: “No tenemos limitaciones, ni siquiera morales, para destruir las comunicaciones de nuestros enemigos”, afirmó en 2022. Estas palabras, amigo lector, suenan más como una amenaza que como un simple comentario.

Ahora bien, los ataques a estos cables no son solo una teoría. Ya hemos visto incidentes que rozan la categoría de sabotaje. En 2022, el atentado contra el Nord Stream afectó los oleoductos entre Rusia y Alemania, y más recientemente, tres cables submarinos fueron dañados en el Mar Rojo, probablemente como resultado de las tensiones geopolíticas en la región. Estos eventos nos recuerdan que nuestra conexión digital global es tan fuerte como su punto más débil.

El problema no es solo técnico, sino también geopolítico. Países como Francia han desarrollado estrategias para cartografiar y proteger estas infraestructuras críticas, mientras que otros, como Alemania, parecen no haber tomado el asunto con la seriedad que merece.

Y no se trata solo de países europeos. México, con su posición estratégica en el mapa y su creciente dependencia digital, debería mirar este tema con atención. ¿Estamos preparados para una interrupción a gran escala?

Por supuesto, no todo es pesimismo -nunca debe serlo-. Las pruebas de resistencia realizadas recientemente por la Unión Europea y el creciente interés de organizaciones como la OTAN en proteger estas infraestructuras son señales de que el problema está siendo tomado en serio. Sin embargo, proteger más de un millón de kilómetros de cables bajo el agua no es tarea fácil ni barata.

La pregunta que debemos hacernos, estimado lector, es si estamos dispuestos a vivir con esta incertidumbre. Cada correo que enviamos, cada videollamada que hacemos y cada operación bancaria que realizamos está suspendida, literalmente, por un hilo. La resiliencia del sistema depende de redundancias, es decir, de múltiples rutas de conexión que puedan soportar daños en una o incluso en más. Pero no todos los países o regiones cuentan con esas redundancias. Islas como Malta o Chipre son particularmente vulnerables, y lo mismo ocurre con regiones de alto tráfico como el Estrecho de Gibraltar o el Mar Rojo.

Es en este punto donde el derecho internacional también juega un papel ambiguo. Más allá de las zonas económicas exclusivas de cada país, gran parte de los cables se encuentra en aguas internacionales, donde la regulación es casi inexistente.

Y aunque la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar establece que los daños a los cables deben ser castigados, ¿quién asume el costo de vigilarlos y protegerlos? Es un dilema que nos obliga a reflexionar sobre la seguridad colectiva en una era hiperconectada.

En última instancia, la amenaza a los cables submarinos no solo es un problema técnico o político, sino un recordatorio de cuán frágil es la infraestructura que sostiene nuestra vida digital. Amigo lector, como sociedad, debemos exigir que las autoridades nacionales e internacionales actúen con previsión y responsabilidad. La conectividad global no es un lujo, es una necesidad, y protegerla debería ser una prioridad.

Quizá no podamos evitar todos los riesgos, pero estar preparados para enfrentarlos es el primer paso hacia un internet más seguro para todos.

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