/ sábado 28 de septiembre de 2024

Hablemos de Tecnología / Mensaje mortal

Con la aparición de NGate y lo acontecido en Líbano la semana pasada, dos grandes paradigmas se han roto, hoy no estamos seguros de nada, ni nuestros ahorros

Y , para tristeza de muchos, tampoco ya de nuestra propia seguridad, si es posible quitarle la vida a una persona con un mensaje a su beeper o radio, ¿Qué tan seguros estamos en el mundo en el que vivimos?

¿Alguna vez se ha preguntado, estimado lector, si el teléfono móvil que sostiene en sus manos, ese simple beeper o incluso el radio de onda corta, podría convertirse en su peor enemigo? No es una reflexión sacada de un guion de ciencia ficción.

El reciente incidente en Líbano, donde cientos de beepers utilizados por miembros de Hezbollah fueron manipulados para explotar, nos obliga a plantearnos una cuestión inquietante: ¿estamos seguros en una era donde incluso los dispositivos más simples pueden convertirse en armas mortales?

El ataque con beepers en el sur del Líbano, que dejó decenas de heridos y víctimas fatales, es un caso sin precedentes. De acuerdo con informes del Washington Post, las explosiones fueron tan coordinadas y específicas que los expertos en inteligencia global están revisando todos sus protocolos de seguridad. El origen de los aparatos parece un rompecabezas complejo: fabricados en Taiwán, intervenidos en Hun-gría y, finalmente, enviados a Oriente Medio. Las autoridades israelíes, aunque no se han adjudicado la autoría, informaron a Estados Unidos de los detalles técnicos de la operación, sugiriendo una intervención quirúrgica en la cadena de suministro de estos equipos.

Uno podría pensar, amigo lector, que estos métodos son cosa de películas de espías, pero la realidad es que la manipulación de dispositivos comerciales es una técnica que se ha venido perfeccionando desde hace décadas.

Quizás recuerde a Edward Snowden, el famoso denunciante de la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU. (NSA), quien en 2014 reveló que la misma agencia había interceptado equipos de la compañía Cisco para implantar microdispositivos de espionaje.

Aparentemente, nada ha cambiado en estos diez años. La seguridad de la tecnología que usamos a diario sigue estando en manos de fuerzas invisibles y no siempre del lado del consumidor.

Lo que hace aterrador este suceso, sin embargo, no es solo la escala del ataque, sino la facilidad con que cualquier dispositivo electrónico de consumo podría ser transformado en un arma con la manipulación adecuada. En palabras de Mark Montgomery, exdirector del Comité de Servicios Armados del Senado de EE.UU.: “Esto expone el tipo de riesgo que hemos estado corriendo con hard-ware y software funcionando en países preocupantes”.

Y tiene razón. En un mundo donde la mayoría de los componentes electrónicos son fabricados en países con agendas políticas opuestas, asegurar cada pieza, cada chip, se vuelve prácticamente imposible.

Podría pensarse, entonces, que la respuesta es obvia: producir localmente y reducir la dependencia extranjera. Tanto el expresidente Donald Trump como el actual presidente Joe Biden han presionado para que empresas como la gigante taiwanesa TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company), el mayor fabricante de chips del mundo, establezca plantas en suelo estadounidense. Esta idea, aunque atractiva, es compleja y costosa. Los procesos de producción actuales involucran a más de 20 países, con cientos de proveedores, cada uno aportando un fragmento al complejo rompecabezas de la electrónica moderna.

Entonces, ¿quién es el verdadero culpable aquí? ¿Y quién más podría estar operando en estas sombras?

En mi opinión, este incidente marca un antes y un después en el uso de dispositivos comerciales para fines bélicos. La tecnología moderna ha borrado las líneas entre lo militar y lo civil. Desde que Israel, en colaboración con Estados Unidos, utilizó el gusano informático Stuxnet a finales de la década de 2000 para sabotear las centrifugadoras de enriquecimiento de uranio de Irán, las agencias de inteligencia han venido buscando maneras de penetrar las defensas más complejas a través de los dispositivos más cotidianos.

Imagine ahora, querido lector, un futuro donde cualquier dispositivo que utilice podría ser alterado sin que usted se dé cuenta. Desde un televisor, un refrigerador inteligente o incluso el simple control remoto de su garaje.

¿Le suena paranoico? Quizás, pero el problema es que el futuro ya está aquí. La complejidad de la cadena de suministro global, con sus múltiples capas de subcontratistas, hace casi imposible rastrear el recorrido de cada pieza.

Al final del día, el caso de los beepers explosivos es un recordatorio inquietante de la fragilidad de la tecnología que damos por sentada. Para Hezbollah, representa una gran pérdida de capacidad operativa.

Pero para nosotros, los consumidores comunes, es una advertencia de que el verdadero campo de batalla podría estar en nuestros propios hogares.

La seguridad absoluta en un mundo digitalizado es, quizás, tan solo un espejismo.

“La tecnología es un empleado útil, pero un jefe peligroso”

Christian Lotus Lange

Facebook:

www.facebook.com/soylalodelatorre

Twitter: @lalodelatorreg

Email:

tecnologia@lalodelatorre.com

Con la aparición de NGate y lo acontecido en Líbano la semana pasada, dos grandes paradigmas se han roto, hoy no estamos seguros de nada, ni nuestros ahorros

Y , para tristeza de muchos, tampoco ya de nuestra propia seguridad, si es posible quitarle la vida a una persona con un mensaje a su beeper o radio, ¿Qué tan seguros estamos en el mundo en el que vivimos?

¿Alguna vez se ha preguntado, estimado lector, si el teléfono móvil que sostiene en sus manos, ese simple beeper o incluso el radio de onda corta, podría convertirse en su peor enemigo? No es una reflexión sacada de un guion de ciencia ficción.

El reciente incidente en Líbano, donde cientos de beepers utilizados por miembros de Hezbollah fueron manipulados para explotar, nos obliga a plantearnos una cuestión inquietante: ¿estamos seguros en una era donde incluso los dispositivos más simples pueden convertirse en armas mortales?

El ataque con beepers en el sur del Líbano, que dejó decenas de heridos y víctimas fatales, es un caso sin precedentes. De acuerdo con informes del Washington Post, las explosiones fueron tan coordinadas y específicas que los expertos en inteligencia global están revisando todos sus protocolos de seguridad. El origen de los aparatos parece un rompecabezas complejo: fabricados en Taiwán, intervenidos en Hun-gría y, finalmente, enviados a Oriente Medio. Las autoridades israelíes, aunque no se han adjudicado la autoría, informaron a Estados Unidos de los detalles técnicos de la operación, sugiriendo una intervención quirúrgica en la cadena de suministro de estos equipos.

Uno podría pensar, amigo lector, que estos métodos son cosa de películas de espías, pero la realidad es que la manipulación de dispositivos comerciales es una técnica que se ha venido perfeccionando desde hace décadas.

Quizás recuerde a Edward Snowden, el famoso denunciante de la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU. (NSA), quien en 2014 reveló que la misma agencia había interceptado equipos de la compañía Cisco para implantar microdispositivos de espionaje.

Aparentemente, nada ha cambiado en estos diez años. La seguridad de la tecnología que usamos a diario sigue estando en manos de fuerzas invisibles y no siempre del lado del consumidor.

Lo que hace aterrador este suceso, sin embargo, no es solo la escala del ataque, sino la facilidad con que cualquier dispositivo electrónico de consumo podría ser transformado en un arma con la manipulación adecuada. En palabras de Mark Montgomery, exdirector del Comité de Servicios Armados del Senado de EE.UU.: “Esto expone el tipo de riesgo que hemos estado corriendo con hard-ware y software funcionando en países preocupantes”.

Y tiene razón. En un mundo donde la mayoría de los componentes electrónicos son fabricados en países con agendas políticas opuestas, asegurar cada pieza, cada chip, se vuelve prácticamente imposible.

Podría pensarse, entonces, que la respuesta es obvia: producir localmente y reducir la dependencia extranjera. Tanto el expresidente Donald Trump como el actual presidente Joe Biden han presionado para que empresas como la gigante taiwanesa TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company), el mayor fabricante de chips del mundo, establezca plantas en suelo estadounidense. Esta idea, aunque atractiva, es compleja y costosa. Los procesos de producción actuales involucran a más de 20 países, con cientos de proveedores, cada uno aportando un fragmento al complejo rompecabezas de la electrónica moderna.

Entonces, ¿quién es el verdadero culpable aquí? ¿Y quién más podría estar operando en estas sombras?

En mi opinión, este incidente marca un antes y un después en el uso de dispositivos comerciales para fines bélicos. La tecnología moderna ha borrado las líneas entre lo militar y lo civil. Desde que Israel, en colaboración con Estados Unidos, utilizó el gusano informático Stuxnet a finales de la década de 2000 para sabotear las centrifugadoras de enriquecimiento de uranio de Irán, las agencias de inteligencia han venido buscando maneras de penetrar las defensas más complejas a través de los dispositivos más cotidianos.

Imagine ahora, querido lector, un futuro donde cualquier dispositivo que utilice podría ser alterado sin que usted se dé cuenta. Desde un televisor, un refrigerador inteligente o incluso el simple control remoto de su garaje.

¿Le suena paranoico? Quizás, pero el problema es que el futuro ya está aquí. La complejidad de la cadena de suministro global, con sus múltiples capas de subcontratistas, hace casi imposible rastrear el recorrido de cada pieza.

Al final del día, el caso de los beepers explosivos es un recordatorio inquietante de la fragilidad de la tecnología que damos por sentada. Para Hezbollah, representa una gran pérdida de capacidad operativa.

Pero para nosotros, los consumidores comunes, es una advertencia de que el verdadero campo de batalla podría estar en nuestros propios hogares.

La seguridad absoluta en un mundo digitalizado es, quizás, tan solo un espejismo.

“La tecnología es un empleado útil, pero un jefe peligroso”

Christian Lotus Lange

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