Hoy celebro con gran alegría el nacimiento de mi primera nieta, y quiero aprovechar este momento para hablar sobre la lactancia materna, uno de los gestos más hermosos y beneficiosos que una madre puede ofrecer a su hijo. Si bien conocemos los innumerables beneficios que la lactancia materna aporta al bebé, como el fortalecimiento del sistema inmunológico y la protección contra infecciones, es igualmente importante destacar que la lactancia materna también protege a la madre frente al cáncer de mama.
La investigación científica ha demostrado la relación entre la lactancia materna y la disminución en la prevalencia del cáncer de mama. Los mecanismos de esta protección han sido objeto de un creciente interés y estudio.
Uno de los factores clave es que la lactancia reduce la exposición a los estrógenos. Durante el embarazo, las hormonas sufren cambios significativos, y tanto el embarazo como la lactancia disminuyen el número de ciclos menstruales que una mujer experimenta a lo largo de su vida. Esto reduce la exposición acumulada a los estrógenos, cuya presencia prolongada y en niveles elevados puede aumentar el riesgo de cáncer de mama. Al amamantar, el tejido mamario permanece menos expuesto a estos estrógenos, disminuyendo así el riesgo de desarrollar tumores en las glándulas mamarias.
Además, la lactancia favorece el mantenimiento y la maduración del tejido mamario mediante mecanismos de diferenciación celular, lo que reduce de manera considerable la probabilidad de que se produzcan mutaciones que puedan derivar en cáncer. Este proceso de maduración celular es fundamental para la protección contra el cáncer de mama.
Durante la lactancia y el proceso de involución mamaria (cuando el tejido vuelve a su estado normal después de la lactancia), el cuerpo elimina células que podrían tener daños en su ADN. Este mecanismo de "limpieza celular" contribuye a reducir el riesgo de cáncer al eliminar células cancerígenas potenciales.
Otro aspecto importante es que muchas madres que amamantan, por el vínculo y el compromiso con sus hijos, suelen adoptar estilos de vida más saludables, reduciendo el consumo de alcohol y evitando el tabaquismo. Si bien no se puede contribuir directamente este cambio a la lactancia, forma parte de una serie de factores protectores que en conjunto benefician tanto a la madre como al bebé.
Los estudios epidemiológicos han revelado que las mujeres que amamantan durante al menos 12 meses reducen el riesgo de desarrollar cáncer de mama en un 4.3% acumulativo. Esto significa que, a mayor número de hijos amamantados, menor es el riesgo de padecer esta enfermedad. Un estudio de la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC) indicó que cada 12 meses de lactancia reduce el riesgo en un 4,3%, y por cada hijo nacido, en un 7%. Estas cifras resaltan la importancia de la lactancia materna como un factor de protección contra el cáncer de mama.
En muchos países, el fomento de la lactancia materna se ha convertido en una estrategia de salud pública clave, ya que previene no solo el cáncer de mama, sino también otras enfermedades crónicas. A pesar de la abrumadora evidencia, muchas mujeres aún enfrentan barreras para amamantar, ya sea por falta de información, apoyo insuficiente en sus lugares de trabajo o presiones sociales.
Hoy, como pediatra, endocrinólogo pediatra y, sobre todo, como abuelo, me declaro firmemente a favor de la lactancia materna, no solo como un regalo invaluable para los bebés, sino también como una protección fundamental para la salud de las madres. Amamantar es una de las estrategias más eficaces para reducir el riesgo de cáncer de mama. Es esencial que apoyemos a las madres en su decisión de amamantar, por el bienestar de sus hijos y por su propia salud.
Me llena de orgullo que mi hija Alejandra, en un acto de amor hacia Italia, mi nieta, haya elegido amamantar, dejando una huella de salud tanto en ella como en su hija. Bendiciones para mi primera nieta.