Vivimos en un mundo lleno de estímulos constantes. Los pensamientos, las palabras y las emociones fluyen a diario, con cada conversación, interacción y momento de introspección. Pero, ¿alguna vez te has detenido a pensar en el poder que tienen estos elementos sobre nuestra realidad? Todo lo que sentimos, pensamos y decimos se proyecta al mundo, y como un bumerán, eventualmente regresa a nosotros. Por eso, es crucial tomar conciencia sobre las semillas que estamos sembrando en el universo.
Los pensamientos son como una brújula interna. Dirigen nuestras acciones, decisiones y, en última instancia, el curso de nuestras vidas. Una mente llena de pensamientos negativos no sólo afecta cómo nos sentimos internamente, sino también la forma en que enfrentamos las adversidades. Pensar en términos de derrota, fracaso o miedo genera una energía que puede frenar cualquier posibilidad de crecimiento. En cambio, pensamientos de amor, paz y gratitud no sólo nos transforman a nosotros mismos, sino que influyen positivamente en quienes nos rodean. Es por eso que cuidar lo que pensamos es el primer paso hacia un cambio profundo y duradero.
Nuestras palabras tienen el mismo poder. ¿Cuántas veces hemos lastimado a alguien con una frase dicha sin pensar? O, por el contrario, ¿cuántas veces una palabra amable ha sido capaz de cambiar nuestro día? Las palabras son decretos. Todo lo que decimos, con intención o sin ella, tiene un impacto. En un mundo donde la comunicación se ha vuelto cada vez más digital, es fácil caer en el uso de palabras frías, críticas o violentas. Es hora de volver a la raíz de lo que significa el lenguaje: una herramienta para construir puentes, no barreras. Hablar con respeto, empatía y amabilidad no sólo mejora nuestras relaciones, sino también nuestra percepción del mundo.
Las emociones, por otro lado, son el motor de nuestras acciones. Si estamos dominados por el enojo, la frustración o la tristeza, será difícil ver la vida con ojos de esperanza. Las emociones negativas, aunque inevitables, no deberían gobernar nuestra existencia. El verdadero desafío radica en identificar lo que sentimos, aceptarlo y luego transformarlo. Aceptar que somos humanos, que tenemos altas y bajas, pero que siempre tenemos el poder de redirigir nuestras emociones hacia algo positivo. Cuando sembramos emociones de amor, gratitud y compasión, nuestro entorno también se transforma, creando un círculo virtuoso donde nuestras interacciones se vuelven más humanas y genuinas.
Cuidar nuestros pensamientos, palabras y emociones es como cuidar un jardín. Lo que sembramos hoy, florecerá mañana. Si plantamos semillas de paz, compasión y respeto, viviremos en un mundo más armonioso. Si por el contrario, sembramos miedo, odio o rencor, terminaremos cosechando sufrimiento y descontento. Cada pequeña acción, cada pensamiento, cada palabra cuenta. El universo es un espejo que nos devuelve exactamente lo que le ofrecemos. Así que, ¿qué tipo de realidad queremos crear?
Recuperar la amabilidad, la compasión y la buena voluntad no es una tarea imposible. Comienza con la decisión de ser conscientes de lo que proyectamos en el mundo. Si queremos un entorno más justo y pacífico, debemos primero ser justos y pacíficos en nuestro interior. Cuidemos cada pensamiento, cada palabra y cada emoción, porque son las semillas del alma que algún día crecerán para convertirse en nuestra realidad.
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