/ sábado 27 de julio de 2024

Gryita.com / La rueda de la enseñanza

Un día me despertó el silencio.

Extraña paradoja de una mente quebradiza.

Viviente, preocupada, asustadiza, acostumbrada a su bullicio permanente.

Nadie me enseñó a lidiar con el ego.

Su voz se parece tanto a la mía, como sabe todo, conoce todo, ha vivido en mí y conmigo toda mi vida, que en su función, como fiera cautiva, ataca o huye, sedienta, furtiva.

Sus dramas son tan perfectos que casi rompen mi vida y aunque son imaginarios lo logra, los materializa, se vuelven enfermedades, tristezas, anomalías, en ocasiones pánico y en otras melancolía.

Vergüenza por el pasado, ansiedad por el futuro, temores tan infundados como regaños e insultos, es como si soy yo mismo la mano que tira el yugo, víctima del cruel castigo pero su propio verdugo, escritor, actor y público de un espectáculo inmundo.

A veces me lleva al cielo hasta el trono de su gracia, me premia, me festeja, me corona y falsamente me halaga, ante mis ojos me miente, como a un chiquillo me engaña, me hace sus reverencias y me creo de sus palabras, el mundo se me hace chico y me pierdo en su enramada.

Pero en otras mi hermosa capa se convierte en una garra, sucia, rota, enlodada, igual que mi autoconcepto, mi imagen resquebrajada, me hace quedar en ridículo ante mi propia mirada y sin bajarme de ser "el peor de los malvados" me escupe el rostro y me acusa de sus propios postulados.

Vivía en un péndulo vibrante, el oscilar de mis conceptos, la despersonalización a la que me había orillado el medio, ángel y diablo, santo y profano, extraviado y hallado, terminaba como un niño perdido en un supermercado, sediento de las aguas frías de mis mil ríos soñados, pretendiendo la paz que jamás había encontrado.

Crucificado por mi autocrítica, como mi propio juez, despiadado, vencido por las comparaciones, por los castigos mal dados, por los golpes, los gritos, por la enseñanza maldita que me hizo un desgraciado.

Por depender de los otros, de sus calificaciones, por pensarme siempre menos, preso en mis humillaciones, ávido de triunfos, medallas, nombramientos y menciones, esclavo de los aplausos en todas sus manifestaciones.

Hasta que un día el misterio me abrió uno de sus cajones, me cansé de mi cansancio, me aburrieron mis lamentaciones, un viaje en la psicodelia, un sueño en mis estaciones, las lecturas milenarias, amaneceres, canciones.

El cáliz roto de mis rezos, mis credos, sus inspiraciones, la soledad de mi mundo, mis moderados amores, tal vez hasta algún desprecio, los fracasos, sus ardores, me hicieron alzar la vista para en medio de estertores, gritar como grita un loco por el amparo de sus dioses.

Y así apareció el remedio, en mis maestros y mentores, algunos de carne y hueso, otros mis santos patrones, entre muertos y vivientes se curaron mis dolores, llegaron hechizos y cantos, también versos y sones, secretos y más secretos me santiguaron a voces.

Fue como encontré al silencio, una tarde de colores, ahí en medio de la nada, toqué a fondo mis razones, sentí el frío de lo eterno, entendí por fin las voces, me dejé transfigurar para que usaran mis ojos y así es como pude ver el mundo sin mis abrojos.

Al fin pude ser el ser, que no soy entre un "nosotros", un pensamiento de Dios, una rama del gran tronco, una respiración, un reflejo, un ojo, la fiel manifestación de eso que nadie conoce, una oruga, una lombriz, un viento suave de noche.

Regeneración 19

gryitafuerte@gmail.com

fb: Gryita Fuerte

Un día me despertó el silencio.

Extraña paradoja de una mente quebradiza.

Viviente, preocupada, asustadiza, acostumbrada a su bullicio permanente.

Nadie me enseñó a lidiar con el ego.

Su voz se parece tanto a la mía, como sabe todo, conoce todo, ha vivido en mí y conmigo toda mi vida, que en su función, como fiera cautiva, ataca o huye, sedienta, furtiva.

Sus dramas son tan perfectos que casi rompen mi vida y aunque son imaginarios lo logra, los materializa, se vuelven enfermedades, tristezas, anomalías, en ocasiones pánico y en otras melancolía.

Vergüenza por el pasado, ansiedad por el futuro, temores tan infundados como regaños e insultos, es como si soy yo mismo la mano que tira el yugo, víctima del cruel castigo pero su propio verdugo, escritor, actor y público de un espectáculo inmundo.

A veces me lleva al cielo hasta el trono de su gracia, me premia, me festeja, me corona y falsamente me halaga, ante mis ojos me miente, como a un chiquillo me engaña, me hace sus reverencias y me creo de sus palabras, el mundo se me hace chico y me pierdo en su enramada.

Pero en otras mi hermosa capa se convierte en una garra, sucia, rota, enlodada, igual que mi autoconcepto, mi imagen resquebrajada, me hace quedar en ridículo ante mi propia mirada y sin bajarme de ser "el peor de los malvados" me escupe el rostro y me acusa de sus propios postulados.

Vivía en un péndulo vibrante, el oscilar de mis conceptos, la despersonalización a la que me había orillado el medio, ángel y diablo, santo y profano, extraviado y hallado, terminaba como un niño perdido en un supermercado, sediento de las aguas frías de mis mil ríos soñados, pretendiendo la paz que jamás había encontrado.

Crucificado por mi autocrítica, como mi propio juez, despiadado, vencido por las comparaciones, por los castigos mal dados, por los golpes, los gritos, por la enseñanza maldita que me hizo un desgraciado.

Por depender de los otros, de sus calificaciones, por pensarme siempre menos, preso en mis humillaciones, ávido de triunfos, medallas, nombramientos y menciones, esclavo de los aplausos en todas sus manifestaciones.

Hasta que un día el misterio me abrió uno de sus cajones, me cansé de mi cansancio, me aburrieron mis lamentaciones, un viaje en la psicodelia, un sueño en mis estaciones, las lecturas milenarias, amaneceres, canciones.

El cáliz roto de mis rezos, mis credos, sus inspiraciones, la soledad de mi mundo, mis moderados amores, tal vez hasta algún desprecio, los fracasos, sus ardores, me hicieron alzar la vista para en medio de estertores, gritar como grita un loco por el amparo de sus dioses.

Y así apareció el remedio, en mis maestros y mentores, algunos de carne y hueso, otros mis santos patrones, entre muertos y vivientes se curaron mis dolores, llegaron hechizos y cantos, también versos y sones, secretos y más secretos me santiguaron a voces.

Fue como encontré al silencio, una tarde de colores, ahí en medio de la nada, toqué a fondo mis razones, sentí el frío de lo eterno, entendí por fin las voces, me dejé transfigurar para que usaran mis ojos y así es como pude ver el mundo sin mis abrojos.

Al fin pude ser el ser, que no soy entre un "nosotros", un pensamiento de Dios, una rama del gran tronco, una respiración, un reflejo, un ojo, la fiel manifestación de eso que nadie conoce, una oruga, una lombriz, un viento suave de noche.

Regeneración 19

gryitafuerte@gmail.com

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