La leyenda de mentalidad ganadora que nunca se cansó de fallar para poder seguir creciendo.
Cuando el reconocido basquetbolista Michael Jordan se enteró de que el equipo de su colegio iba a hacer pruebas de ingreso, se anotó de inmediato. Dos semanas después, los entrenadores publicaron la lista, pero Michael Jeffrey Jordan no aparecía en ella.
Desde ese día, Michael comprendió que una de las mayores barreras para alcanzar nuestros objetivos es la frustración. Ese día comprendió que sin esfuerzo no hay mérito, que sin decepción no hay alegría y que sin fracaso no hay éxito.
Un día cuando terminó aquella temporada, se acercó al entrenador y le pidió si podía viajar con el equipo a un torneo. Le dijo que sí, pero no para jugar, sino para cargar con los uniformes de los jugadores. Michael contestó: "Si eso es lo que usted necesita, eso es lo que haré".
Sabía que era el primer escalón en busca de algo grande que solo él podía construir. Aquella tarde Jordan cargó con la ropa de los jugadores mientras sus padres lo veían desde la grada, pensando que su pequeño iba a jugar en aquel torneo.
A partir de ese momento, comenzó a trabajar como nunca y, cuando su altura pasó de 1.77 a 1.90, todo cambió. En 1981 la Universidad de North Carolina lo reclutó con una beca, brillando en la liga universitaria, elegido jugador del año y liderando a USA en el oro olímpico de 1984.
Unos años después, Jordan decía que todo lo sucedido en aquel entonces le había hecho sentir lo que significaba caer en la decepción, convirtiéndolo en una persona mejor. Y los hechos le dieron la razón.
"He fallado más de 9.000 tiros en mi carrera, he perdido casi 300 partidos y he fallado 26 veces el tiro que podía ganar el partido. He fracasado una y otra vez en mi vida y por eso tengo éxito" - Michael Jordan.
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