Para las mujeres, la prevención y la cultura de la denuncia son elementos que deben formar parte de nuestra cultura general y cotidiana, porque la VIOLENCIA DE GÉNERO es general y cotidiana.
Hay palabras frecuentes en el habla que es difícil definir: el arte, el bien, el mal, el amor. La violencia es una de ellas. Sólo vemos la puntita del iceberg en las agresiones directas, las diversas formas de someter a una mujer como la violencia física y sexual, la presión psicológica, el control económico, la violencia vicaria, el feminicidio, la violencia política, la violencia digital, etc.
Esos efectos son el síntoma de una violencia que es estructural como lo es un sistema basado en la libertad del mercado que genera desigualdad y pobreza y por ello violencia.
Y tenemos a la violencia simbólica en las creencias, las tradiciones, las costumbres, los mitos, la educación, que nos transmiten los valores del ser hombre y ser mujer en una posición desigual en la sociedad en donde lo masculino es hegemónico. Esta violencia, la más difícil de ver y cuestionar, la tenemos labrada en nuestras mentalidades. Lo cual determina la cultura.
Para el antropólogo francés Lévi-Strauss, la cultura significa el intento humano de imponer orden y significado en un mundo caótico; la capacidad para crear sistemas simbólicos que nos permitan comprender y controlar el entorno. La cultura es el reflejo de la mente humana en acción colectiva.
La cultura somos todas, todos con nuestras creencias, leyes, forma de organizarnos como Estado, formas de vivir, nuestra memoria colectiva, todo lo que atañe a la vida en sociedad. Violencia son la pasividad, el conformismo, la omisión, la deficiencia institucional que también son cultura. Somos parte de esa cultura de violencia, nadie escapa.
Con toda coherencia, la presidenta Claudia Sheinbaum ha comenzado su gestión llevando a la Constitución a la Igualdad Sustantiva y la condena a la brecha salarial. A las instituciones del Estado les corresponde responder al mandato. La igualdad, tiene que ser sólidamente impulsada como una prioridad de Estado.
Este camino legislativo e institucional emprendido décadas atrás contra las violencias hacia las mujeres, ha rendido frutos con la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y la Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, que al paso de tiempo se han venido actualizando.
Hoy tenemos la Ley de Paridad y la Ley Olimpia en contra de la violencia digital, por mencionar algunas adiciones. Esta labor constituye un gran trabajo de prevención.
Pero la mayor prevención posible, tiene necesariamente que comenzar en las edades más tempranas de la vida y desde la escuela, donde debe ser vista y rechazada, porque en la edad escolar es cuando se debe introyectar la igualdad, el respeto y la solución pacífica de los conflictos. Ahí radica el mayor compromiso de la prevención y del cambio cultural que modifica las actitudes.
La cultura de la prevención está en el aprendizaje de rechazo a la violencia de niñas, niños y adolescentes, que más tarde dará paso a la construcción de los nuevos pactos relacionales en el noviazgo, el hogar, las empresas, las oficinas gubernamentales y las calles.
La denuncia y el castigo son; sin embargo y a pesar de todo, un recurso necesario que también educa. No permitamos la violencia en otras o en nosotras mismas.
Denunciemos en solidaridad, no solas; tejamos redes y sostengamos en éstas; construyamos puentes en todos los ámbitos donde exista violencia, para que las víctimas puedan salir de ella. Mostremos intolerancia total y levantemos la voz, porque la denuncia es preventiva del desenlace fatal en un feminicidio.
Hacerlo, nos exige un cambio a las mujeres, que nos interpela para hacer valer nuestra igualdad en la sociedad.
Blanca Araceli Narro Panameño