El primero de septiembre, en el mensaje con motivo de su tercer Informe de Gobierno, el presidente López Obrador expresó estar seguro de que la consulta para la revocación de mandato prevista para 2022 le favorecería para continuar en el cargo, pero dijo también que, en caso de que se diera por terminado su mandato, estaría satisfecho con la labor hecha.
“Hechos, no palabras” fue el eslogan con el que publicitó el informe. No obstante a ello, para ser un informe de gobierno, hubo pocos datos. El presidente más bien habló de la lógica de sus acciones. Una y otra vez habló de su deseo de combatir la corrupción, de acabar con las políticas neoliberales. El informe fue, como lo son todas las mañaneras, un espacio más para plantear su narrativa de cómo funciona y cómo debe funcionar el país.
El presidente sabe construir narrativas. Es, quizás, su instrumento más poderoso de gobierno. Desde los inicios de su actividad política, le ha beneficiado dividir al país en dos categorías: los que están con él y los que están en contra. El país dividido entre aliados y enemigos le permite construir una narrativa de su gobierno y de la muy anhelada transformación. Y en esa misma lógica tenemos que analizar la revocación de mandato. ¿Cómo ayuda a su narrativa?
Por un lado, dice que quiere someter su gestión a consulta, que es un demócrata. Por el otro, presume las cifras de aceptación. El pueblo pone, y el pueblo quita, dice el presidente. Pero lo cierto es que el pueblo lo puso y no quiere quitarlo. La revocación de mandato no es una exigencia popular y, entonces, no es una concesión del presidente.
La revocación de mandato es un instrumento que existe en algunos países para que la ciudadanía pueda exigir la salida de un gobernante. Normalmente se da en regímenes parlamentarios, que es un sistema con instrumentos de sustitución más dinámica y siempre debe ser exigida por la ciudadanía. No es un concurso de popularidad, es un recurso de última instancia cuando la gobernabilidad no puede sostenerse.
El riesgo del planteamiento que propone AMLO es que, con esa narrativa, después la autoridad pueda convocar a ratificaciones que extiendan su mandato. Si la autoridad puede controlar el plebiscito sobre el plazo de su gestión, tiene en su mano mucho del control sobre la representación política. Puede, además, coquetear con la idea de ampliar ese plazo. Es un riesgo que en países populistas ha terminado con la democracia.
Por el momento, el presidente usa la revocación de mandato como el nuevo eje de su narrativa: él es un demócrata sujeto a los deseos del pueblo.
Pero el presidente también quiere aprovechar esta narrativa para dar un golpe (otro) al INE y al Tribunal Electoral. El presidente quiere aprovechar este impulso para enmarcar una reforma que pretende quitar a todos los consejeros del INE y remover a los magistrados de la Sala Superior del Tribunal. No porque hayan hecho nada malo, ilegal o fraudulento. Los quiere quitar para poner perfiles más afines a él. La revocación de mandato le sirve para construir la narrativa de que es un demócrata, esclavo de la voluntad del pueblo, a pesar de dar un golpe que debilitaría nuestra democracia. Se ha hablado mucho del poder que concentra el presidente. La revocación de mandato le sirve para decir que no es así. Dicen que su propuesta también disminuirá los escaños de representación proporcional. Esta propuesta siempre es popular, pero es un riesgo democrático enorme. Vale la pena recordar que fue la representación proporcional la que dio espacios a la oposición en el Congreso, la que permitió la alternancia y la que hoy puede garantizar que diferentes voces se escuchen en la política.
La revocación de mandato y la pretendida reforma electoral son bombas envueltas en papel de regalo. Parecen iniciativas democráticas, así se venden, pero no son más que instrumentos para concentrar aún más poder.