/ lunes 2 de septiembre de 2024

El Cumpleaños del Perro / Una pieza maestra de Gavaldón

A principios de 2022, el Museo del Cine, en Hollywood, California, realizó una retrospectiva de la obra de Roberto Gavaldón, quien dejó un puñado de filmes notables, algunos rayando en la pieza maestra, como la que hoy nos ocupa: Rosauro Castro.

Después de ver en El infierno/ 2010 el rol del cacique de don José Reyes (Ernesto Gómez Cruz), queda claro que el prototipo del oligarca feudal regional en el cine mexicano se ha transformado acorde a los vaivenes del contexto sociopolítico. Sin embargo, el germen de este tipo de personajes tiene su génesis, indudablemente, en la cinta Rosauro Castro/ 1950, dirigida por Roberto Gavaldón, cuyo guión urdió con sobriedad e inteligencia el escritor José Revueltas (que el próximo 20 de noviembre cumplirá cien años de nacimiento), teniendo a Pedro Armendáriz como protagonista central.

Maestro en el manejo de los géneros, aunque el melodrama era el dominante. Gavaldón dejó verdaderas perlas en nuestro cine: La barraca, La otra, La noche avanza, Macario, Días de otoño, El gallo de oro (donde colaboró en el guión con Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez) y Doña Macabra. Incluso, se dio el lujo de darle categoría al personaje de Cantinflas en Don Quijote cabalga de nuevo, coproducción mexicana-española de 1972.

En Rosauro Castro, Pedro Armendáriz está en su jugo. Es el villano, cacique de un pequeño pueblo en donde es dueño de tierras y de vidas. Nada se mueve sin su voluntad. Y si algún adversario logra retarlo, la tumba es el destino final para el interfecto.

El laconismo, el páramo y las calles del pueblo casi vacías, arropan a los personajes de Rosauro Castro en una geografía asfixiante donde, al parecer, la venganza es la única justicia posible.

El cacique en el cine mexicano ha sido, curiosamente, un referente muy poco socorrido. Si acaso el último lo representó Fernando Soler en El lugar sin límites, en el rol de don Alejo (amén de echarle un vistazo a los sobre cogedores documentales Etnocidio: notas sobre El mezquital, de Paul Leduc, y Santa Gertrudis: la primera pregunta sobre la felicidad, de Gilles Groulx, los cuales denuncian sin cortapisas el papel siniestro del cacique en el medio rural mexicano).

Quizá el cine mexicano ha tenido en el cacique una figura polémica y rica en exploración fílmica, sin embargo la censura brutal que ha vivido este país hizo que los cineastas recularan y mostraran a dicho personaje sólo por el borde.

Los acomodos políticos y democráticos que vivimos en México pueden permitir que el cine goce de mayor libertad y arriesgue temático. Sólo quedará algo peor que la censura: la autocensura que, lamentablemente, afecta al creador fílmico…

A principios de 2022, el Museo del Cine, en Hollywood, California, realizó una retrospectiva de la obra de Roberto Gavaldón, quien dejó un puñado de filmes notables, algunos rayando en la pieza maestra, como la que hoy nos ocupa: Rosauro Castro.

Después de ver en El infierno/ 2010 el rol del cacique de don José Reyes (Ernesto Gómez Cruz), queda claro que el prototipo del oligarca feudal regional en el cine mexicano se ha transformado acorde a los vaivenes del contexto sociopolítico. Sin embargo, el germen de este tipo de personajes tiene su génesis, indudablemente, en la cinta Rosauro Castro/ 1950, dirigida por Roberto Gavaldón, cuyo guión urdió con sobriedad e inteligencia el escritor José Revueltas (que el próximo 20 de noviembre cumplirá cien años de nacimiento), teniendo a Pedro Armendáriz como protagonista central.

Maestro en el manejo de los géneros, aunque el melodrama era el dominante. Gavaldón dejó verdaderas perlas en nuestro cine: La barraca, La otra, La noche avanza, Macario, Días de otoño, El gallo de oro (donde colaboró en el guión con Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez) y Doña Macabra. Incluso, se dio el lujo de darle categoría al personaje de Cantinflas en Don Quijote cabalga de nuevo, coproducción mexicana-española de 1972.

En Rosauro Castro, Pedro Armendáriz está en su jugo. Es el villano, cacique de un pequeño pueblo en donde es dueño de tierras y de vidas. Nada se mueve sin su voluntad. Y si algún adversario logra retarlo, la tumba es el destino final para el interfecto.

El laconismo, el páramo y las calles del pueblo casi vacías, arropan a los personajes de Rosauro Castro en una geografía asfixiante donde, al parecer, la venganza es la única justicia posible.

El cacique en el cine mexicano ha sido, curiosamente, un referente muy poco socorrido. Si acaso el último lo representó Fernando Soler en El lugar sin límites, en el rol de don Alejo (amén de echarle un vistazo a los sobre cogedores documentales Etnocidio: notas sobre El mezquital, de Paul Leduc, y Santa Gertrudis: la primera pregunta sobre la felicidad, de Gilles Groulx, los cuales denuncian sin cortapisas el papel siniestro del cacique en el medio rural mexicano).

Quizá el cine mexicano ha tenido en el cacique una figura polémica y rica en exploración fílmica, sin embargo la censura brutal que ha vivido este país hizo que los cineastas recularan y mostraran a dicho personaje sólo por el borde.

Los acomodos políticos y democráticos que vivimos en México pueden permitir que el cine goce de mayor libertad y arriesgue temático. Sólo quedará algo peor que la censura: la autocensura que, lamentablemente, afecta al creador fílmico…