Kenneth Bi urde su filme El latido del tambor (Zang.gu)/Hong Kong – Taiwán – Alemania-2007 entre un thriller de gánsteres y un melodrama pro superación personal con la actuación estelar de Jaycee Chan, hijo del mítico Jackie Chan.
La historia de Sid, junior del gánster Kwan, apuntala los tópicos del más aferrado cine hongkonés de acción: honor mancillado que sólo se paga con la muerte o la tortura, ejecuciones coreografiadas al más puro estilo de las artes marciales, códigos de dureza moral que no parecen ablandarse ni con las vueltas de tuerca de la tragedia más exigida.
Con aptitudes para el refocile y la batería, Sid hace la travesura de agenciarse a la mujer del capo rival de su padre, Stephen Ma. Ante ello, se activan los mecanismos de deudas de honor: Kwan, quien le debe la vida a Ma, parece verse forzado a cumplir la petición de aquél, entregarle las manos cortadas de Sid. Kwan, entonces, envía a su hijo a las montañas de Taiwán.
La vida agitada y sin recta razón del joven se verá conectada al destino de unos músicos zen quienes ven en el toque de los tambores una simbiosis entre vida, corazón y búsqueda del yo interno. De una primera parte desarrollada en la ciudad, con el vértigo en algunas secuencias de acción con cámara en mano (cinema varieté),El latido del tamborcambia su sístole y diástole narrativos hacia una segunda parte (Sid en las montañas) con lente reposada, contemplativa del paisaje.
Es atendible lo que dijo el director Kenneth Bi de su filme en una entrevista para el festival de Sundace: “Me encontré visitando a los tamboristas del Teatro U en las faldas de su montaña, en Taipei. No sabían ni quién era ni qué quería, pero fueron muy amables en aceptar conocerme. Hacía frío y había neblina cuando llegamos a la montaña. Estaban practicando Tai chi vestidos con ropa de monjes chinos.
La vista era maravillosa, era como estar visitando el Templo Shaolin o recorrer la antigua China. Fueron muy generosos al escuchar la idea cuando les propuse hacer una película sobre ellos.
“¿Un documental? Preguntaron. “No”, dije, “Una película de ficción, presentando a todo el grupo de tamboristas”. Liu Ruo-yu, fundadora y directora artística del grupo de teatro se ofreció para participar en el proyecto y puso a mi disposición a toda su compañía. Les pregunté sobre sus rutinas diarias, sus motivaciones personales y sus tribulaciones por estar en este grupo extraordinario.
Lo que surgió de meses de investigación fue un toque mítico y a la vez verídico de la historia de las artes marciales. Por ejemplo, no había electricidad en la montaña o tenían que rolarse a diario el turno para cocinar. Cuando construyeron las estructuras de madera en el pico de la montaña tuvieron que acarrear ellos mismos todos sus instrumentos.
Haciéndolo, sus cuerpos y sus mentes estuvieron expuestos a algo más que un entrenamiento puro para el desarrollo de su arte. Se estaban formando un carácter”. Quizás el verismo que logra Kenneth Bi en la segunda parte de su película es el uso de tamboristas reales del Teatro U.
Así, El latido del tambor se convierte en un texto fílmico que cuenta una historia de renovación interna, pero que se pierde por el tono edulcorado o fácilmente descifrable desde la huida de Sid a las montañas…