Se habla y se pregona de la valía y la fama de los cineastas Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro, Alejandro G. Iñárritu y Carlos Reygadas pero, a mi juicio, se comete una omisión brutal: la del director Fernando Eimbcke, quien hace veinte años entregó una de las mejores óperas primas con las que cuenta el cine mexicano contemporáneo: Temporada de patos/ México-2004, con la cual ha dado muestras de un aliento narrativo fílmico impar, honesto, sin pedanterías intelectuales.
Sin contar con ningún nombre atractivo en el elenco, en Temporada de patos, filmada en blanco y negro, Eimbcke narra una historia minimalista y contenida: la vivencia de un domingo monótono por Flama/ Daniel Miranda y Moko/ Diego Cataño en un departamento de Nonoalco Tlatelolco.
Dispuestos a pasar la tarde jugando Halo (un videojuego) y comiendo pizza, los dos amigos pronto sufrirán la invasión de su espacio de letargo por otros personajes: Rita/ Danny Perea, una adolescente vecina que pedirá prestado el horno para hacer un pastel, y Ulises/ Enrique Arreola, un repartidor de pizzas.
Los cuatro se verán sometidos a roles singulares. Los dos muchachos y Ulises apostarán el importe de la pizza en un juego de nintendo. Rita empleará el tiempo con parsimonia en la preparación del pastel. Luego, Ulises y Flama conversarán sobre un cuadro (unos patos sobrevolando un lago) y Moko y Rita escamotearán acaso un incipiente juego sexual de besitos.
Dos apagones obligarán a los cuatro a detenerse en lo impensable: explorarse como seres humanos. Así, Ulises contará sus ambiciones de haber sido alguien en la vida. Flama lamentará el divorcio de sus padres. Tomando como metáfora las costumbres de los patos (que emigran cuando quieren y se ayudan aeróbicamente durante su vuelo), el guion alcanzará su clímax en la disolvencia de los pesos existenciales de los cuatro protagonistas.
El filme de Fernando Eimbcke admite varias lecturas (como toda obra de genuino interés). De entrada, el blanco y negro “personaliza” adecuadamente la sensación que se tiene del domingo: aburrimiento, insipidez. La manera en cómo está contada, apoyada en innumerables fundidos en negro (fade out), y su casi terco tono de minimalismo, hacen de Temporada de patos un trabajo cinematográfico de agradable reto intelectual. Y en esto, precisamente, radica su valía: en que no posee la petulancia de la erudición. De tan simple que parecen la historia, los diálogos, los trazos de los personajes y, sobre todo, el desenlace, da la impresión que cualquiera puede contar esta película.
Eimbcke, a la sazón guionista también, supo embonar bien lo que escribió Octavio Paz alguna vez: “homenajes y profanaciones” en referencia a sus influencias intelectuales. Del mismo modo, Eimbcke suscribe en Temporada de patos sus “homenajes y profanaciones” a filmes como Familiaridades/ 1969, de Felipe Cazals; Teorema/ 1968, de Pasolini, y a cineastas como Jim Jarmusch de quien retoma el pulso de ingravidez del ritmo cinematográfico…