Ni los avances feroces de las tecnologías, con sus variantes más sofisticadas, han logrado que uno aún lea en libro. El territorio del conocimiento es el libro y lo seguirá siendo por mucho tiempo según se aprecia.
Leer es entender al hombre mismo porque la lectura es un acto de comunicación amorosa. El autor y el lector son, en ese preciso momento de la lectura, como un feto unido a un cordón umbilical.
Leer es pasión por saber. Es abrir ventanas para ver el mundo con más amplitud.
Una obra se construye desde la más honda obsesión. Ernesto Sábato, en su famosa Carta a un joven escritor, aconseja escribir sobre lo que nos atrapa desde lo más remoto de nuestro ser, lo que nos obsesiona. La obra clásica que citemos, cualquiera, ha sido urdida desde la raíz del hombre. Escribir es bucear en el alma…
A través del libro el hombre prolonga su memoria y la replantea. Conocimiento y evocación, perpetuación de la memoria del hombre. La ficción literaria permite la entrada de la metáfora, que es la forma artística de la mentira. Toda obra literaria es una falacia, sin embargo, ¿de qué se vale el arte, cuando lo hay, para expresar a la vida real? De los otros habitantes de la verdad, como ha dicho Susan Sontag, es decir, de los sueños.
Una novela invoca la mejor tradición literaria (el arriesgue narrativo, la fractura del tiempo lineal, la alternancia de mundos discursivos y paralelos, y en esto Vargas Llosa es portentoso) y lo más interesante: la ambigüedad. Decir ambigüedad en literatura es referirse a la elucubración de la ficción con su mejor arma: la sugestión. La ambigüedad es la respuesta ante cualquier realismo pedante. Se es ambiguo cuando se sabe del mundo a construir desde nuestra condición ineludible: seres expandidos en las dos categorías existenciales: el tiempo y el espacio.
Siempre me ha inquietado el inicio del Evangelio de San Juan: “En el principio era el Verbo”. ¿La palabra es la religión verdadera? La literatura es la salvación del hombre, la respuesta a lo fugaz del tiempo. El libro es la religión del conocimiento. La literatura revela y devela la sinrazón del vivir, la inutilidad del destino y el oprobio de la felicidad.
Al leer un libro, nos dice José Saramago, Nobel de Literatura 1998, leemos también al autor. Cierto si consideramos que escribir es un acto de perpetuación, de extensión y de sobrevivencia del hombre mismo. No hay autor que no ponga algo de sí en su escritura.
La literatura es la manera humana de la revelación…