Hay cineastas que parecen estar obcecados o, en su defecto, inmersos en una propuesta estética definitiva. Se me vienen a la mente dos nombres: Guillermo del Toro y M. Night Shyamalan.
Ambos le han apostado a un cine de fantasía, cuyo discurso visual colinda con la mirada personal. Mayormente autores de sus guiones, los dos cineastas hacen emerger seres oscuros, marginados y desprendidos de una comunidad lastimera y confusa (La aldea/ Shyamalan, La invención de Cronos/ Del Toro).
M. Night Shyamalan se catapultó a la fama con El sexto sentido/ 1999, un thriller en verdad estupendo donde desplegó un poderoso ritmo y contención visuales impares, suministrándole buen suero a un lánguido cine de terror comercial.
Aunque no todo lo que cocinaba la abuela era sabroso, dice un refrán me parece que nicaragüense. Shyamalan quiso proponer en El protegido/ 2000 una fábula-mística-zen, y lo que le salió fue un filme pedante –de acuerdo, de autor-, pero desprovisto de esa aureola fantástica que sí tenía El sexto sentido.
Señales/ 2002 fue el experimento cuasi kubrickiano de Shyamalan para rastrear y escudriñar el cine de extraterrestres. Apegándose más a la insinuación y terrorífica sugestión, Shyamalan empero plantea un correcto discurso sobre la existencia de seres de otros planetas y los efectos en nuestro orbe.
Si miramos detalladamente La aldea/ 2004, Shyamalan al parecer intentó trazar una similitud entre la ficción y la política de terror del expresidente Bush: una comunidad incomunicada del exterior sigue normas establecidas en base al terror y a la mentira (quien traspase el bosque se enfrentará a entes monstruosos).
Y en La dama en el agua/ 2006, Shyamalan no hace ni una alegoría ni una comparación escolimosa con la realidad: acude a la fantasía per se para explayar en una fábula -rica en significados cósmicos- su refocilado estilo visual.
Cleveland Heep/ Paul Giamatti es el solitario conserje tartamudo de un edificio. Su labor es de todólogo: plomero, electricista, consejero, limpiador de alberca. Cierta noche, en la piscina, surge una bella mujer narf/ Bryce Dallas Howard y se refugia en el cuarto de Cleveland.
Los narf son seres que milenariamente convivían con los humanos; sin embargo, en el presente, la misión de la dama narf es buscar a un hombre bueno que les ayude a combatir a los scrunts, criaturas malignas. Y ese hombre es, al parecer, Cleveland.
Cleveland ante la presencia de la dama habla normal, sin tropiezos fonéticos. La dama le comunica que ella proviene del mundo submarino que está extinto y que trae un aviso para los humanos: los scrunts pronto aparecerán en la Tierra.
M. Night Shyamalan da la impresión que no supo qué hacer con un aparente estupendo guión. El planteamiento de personajes distintos y factibles de ser escudriñados en sus laberintos ontológicos, se pierde en una historia que de fantástica se torna inverosímil. Quien descubre la verdad sobre la dama narf –y es el hilo conductor del misterio de la dama- es una anciana japonesa cuya hija rebelde se preocupa por estudiar en la universidad y andar en el reventón.
Parecería que con La dama en el agua Shyamalan quiso hacer un ajuste con la crítica que no lo ha tratado muy bien en sus últimos trabajos. La secuencia más espeluznante –y gratuita- es aquella donde un lobo monstruoso (scrunt) mata a uno de los inquilinos: ¡un crítico de cine!
La dama en el agua es un cuento de hadas que acude al esquema maniqueo de los buenos y los malos con una premisa irrefutable: todo cabe en la imaginación sabiéndolo acomodar.
Luego, M. Night Shyamalan enfrentó dos desencantos: El último maestro del aire/ 2010 y Después de la Tierra/ 2013 donde la inspiración sobre temas de ciencia ficción y/o fantásticos se estrelló contra una pared de autocomplacencia y confianza en audiencias cada vez más exigentes por otros vericuetos del género y las cofradías multimedia.
Aunque hizo intentos por crear un submundo marveliano o DC comiquiano de súper héroes con Fragmentado/ 2016 y Glass/ 2019, lo cierto es que Shyamalan funciona mejor cuando no tiene la soga del arquetipo funcional del personaje sacrificado en aras del estigma y la taquilla per se. ¿Por qué? Porque el universo del nacido en Mahé, La india en 1970, está impregnado del suspenso, del horror prendido por la angustia, el mito sofocante de lo irracional y por el pulso de la crispación ontológica llevada al límite.
De allí que fueran más efectivos sus filmes Los huéspedes/ 2015, con anémica reminiscencia de Michael Haneke sobre unos niños que visitan a siniestros y suplantados abuelos; Viejos/ 2021 / (con la actuación de Gael García Bernal) donde unos turistas en un balneario extrañamente empiezan a envejecer sin explicación aparente, y Alguien llama a la puerta/ 2023, fábula inquietante donde cuatro personajes (con un Dave Baustista bastante efectivo y convincente) llegan a la cabaña, en medio del bosque, de una familia homoparental para anunciarles que tienen que cometer entre ellos un autosacrifico para evitar la destrucción del mundo. De este filme el propio Shyamalan ha declarado: “Hemos normalizado el apocalipsis. Lo que tiempo atrás podría entenderse como una señal del fin del mundo, ahora no es más que una noticia cualquiera del informativo. Si ahora mismo sale uno a la calle y grita que se acerca el fin del mundo, ni siquiera le tomamos por un loco, puede ser cualquiera de nosotros en un mal día. El planeta ha enloquecido y nos hemos acostumbrado a esa locura”.
Aún por estrenarse su reciente filme, La trampa/ 2024, la historia de un asesino serial encerrado en una “trampa” en un concierto de una estrella del pop, puede decirse que la apuesta del cine de M. Nigh Shyamalan es por la fabulación de los miedos de una sociedad imbuida por los egoísmos, las paranoias y las ansias de evitar el exterminio, curiosamente, fomentándolos como en su filme El fin de los tiempo/ 2008 donde la naturaleza misma atenta contra la psiquis de los hombres…