La semana pasada, comenzamos con una gran noticia, el Premio Nobel de Economía 2024 había sido concedido a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, una tercia de académicos cuyo trabajo ha revolucionado la manera en que entendemos la relación entre las instituciones y el desarrollo económico. Sus investigaciones no solo han aportado una nueva perspectiva sobre la economía global, sino que han redefinido la forma en que los países alcanzan la prosperidad o se sumergen en la pobreza.
El premio, otorgado por "los estudios sobre cómo se forman las instituciones y cómo afectan a la prosperidad", no podría haber llegado en un momento más crucial. En un mundo donde las desigualdades crecen y las tensiones sociales se intensifican, los trabajos de Acemoglu, Johnson y Robinson ofrecen una brújula para comprender por qué algunas naciones florecen mientras otras quedan rezagadas. Este galardón no solo celebra décadas de trabajo académico riguroso, sino que también subraya la importancia de las instituciones para la estabilidad y el bienestar económico.
El núcleo del trabajo de estos economistas gira en torno a un concepto relativamente sencillo, pero de enorme impacto: el papel de las instituciones en la prosperidad de las naciones. En su obra más conocida, “¿Por qué fracasan los países?'' (2012), Acemoglu y Robinson presentaron la dicotomía de las instituciones "inclusivas" y "extractivas". En pocas palabras, las instituciones inclusivas fomentan la participación económica de amplios sectores de la sociedad, asegurando que los individuos puedan aprovechar sus talentos y habilidades para prosperar. Por otro lado, las instituciones extractivas concentran el poder en manos de unos pocos, limitando las oportunidades y generando desigualdades que sofocan el crecimiento a largo plazo.
Este enfoque ha sido fundamental para entender por qué algunas naciones, incluso con recursos similares, tienen trayectorias económicas tan divergentes. Acemoglu, Johnson y Robinson argumentan que las instituciones no son meramente el resultado del azar o la geografía, sino que son productos históricos moldeados por decisiones políticas y conflictos de poder.
Hasta hace poco, gran parte de la teoría económica explicaba el crecimiento y el desarrollo económico en función de factores como el capital físico, el capital humano y la tecnología. Sin embargo, Acemoglu, Johnson y Robinson desplazaron la atención hacia la calidad de las instituciones y la distribución del poder político. Ellos demostraron que, para que un país alcance niveles altos y sostenidos de prosperidad, no basta con tener recursos naturales o infraestructuras tecnológicas de última generación. Lo fundamental es la calidad de las instituciones políticas y económicas que lo gobiernan.
El trabajo de estos académicos pone de relieve cómo las malas decisiones políticas pueden tener efectos devastadores sobre el bienestar económico de un país. Desde la colonización hasta las dictaduras modernas, la historia está plagada de ejemplos de instituciones extractivas que han retrasado el progreso de millones de personas. Al mismo tiempo, los autores ofrecen ejemplos de cómo el fortalecimiento de instituciones inclusivas ha llevado a países como Corea del Sur, Singapur y Chile a convertirse en modelos de crecimiento y estabilidad.
El galardón a Acemoglu, Johnson y Robinson no es solo un reconocimiento a su legado académico, sino también una advertencia sobre los retos contemporáneos. Hoy en día, vemos cómo el autoritarismo y las instituciones extractivas resurgen en varias partes del mundo. Desde la erosión de los derechos políticos en algunas democracias hasta el poder concentrado en manos de oligarquías en naciones en vías de desarrollo, las lecciones de sus investigaciones son más pertinentes que nunca.
La economía no puede separarse de la política, y Acemoglu y sus colegas nos han mostrado que las instituciones son la llave para desbloquear un desarrollo equitativo y sostenible. Mientras que muchas políticas públicas se centran exclusivamente en el crecimiento económico a corto plazo, el trabajo de estos académicos nos recuerda que, sin instituciones sólidas, inclusivas y justas, cualquier prosperidad es frágil.
Por ello, el Nobel de Economía de 2024 envía un mensaje claro: las instituciones importan. En un mundo lleno de desafíos, desde la desigualdad hasta el cambio climático, es imperativo que las naciones fortalezcan sus marcos institucionales si quieren asegurar un futuro próspero para sus ciudadanos. Las enseñanzas de Acemoglu, Johnson y Robinson proporcionan una hoja de ruta para lograrlo.
Más allá de los debates académicos, sus investigaciones tienen implicaciones prácticas directas para los gobiernos, los formuladores de políticas y las sociedades en su conjunto. En lugar de enfocarse únicamente en indicadores tradicionales como el PIB o la inflación, deberíamos prestar mayor atención a la calidad de las instituciones que determinan cómo se distribuye el poder, quién tiene acceso a oportunidades y cómo se toman las decisiones que impactan a millones de vidas.
De igual forma, este reconocimiento subraya la importancia de construir instituciones fuertes y equitativas, no solo para garantizar el crecimiento económico, sino también para proteger la democracia y los derechos humanos. Al final, las instituciones que construimos hoy determinarán el futuro que heredarán las generaciones venideras.