En 1956 el filme “Pueblo, canto y esperanza” trataba de mostrar a través de simbolismos en historias bien narradas, el folclor de las culturas cubana, colombiana y mexicana. Esa carga simbólica de origen popular con la que se buscaba demostrar las similitudes entre las sociedades de las tres naciones consolidó el éxito taquillero de dicha cinta por lo menos en este país, además de que, el capítulo dedicado a México, estaba protagonizado por el ídolo Pedro Infante Cruz.
Seguramente, usted se estará preguntando en estos momentos, gentil amigo lector, “¿Qué tiene que ver, además de la similitud con el nombre de la entrega de hoy, la referencia a un filme del siglo pasado?” Pues bien, quizá solo sea el título o tal vez sea el contenido semiótico que se encierra. Lo dejo a su irrefutable consideración.
En los últimos días hemos sido testigos de una retórica cargada de profundas significaciones para el colectivo mexicano que, en estos momentos de crisis económica y sanitaria, son como un respiro, una bocanada de oxígeno o un sorbo de agua fresca y cristalina. Esta distinción semiótica ha servido para generar tanto aplausos como distracciones o bien, darle la importancia debida a aquello que debe tenerla. Según sea “el cristal” a través del cual se le da lectura al hecho.
Si revisamos las frases con las que el presidente López inicia su discurso del miércoles para presentar la inducción a lo que él mismo ha llamado “la nueva normalidad”, nos percataremos que la fórmula discursiva que lo llevó a la presidencia vuelve a hacerse presente. “Ya se ve la luz al final del túnel”, dijo el mandatario a los asistentes al salón Tesorería del Palacio Nacional aunque, en realidad, la oración fue lanzada a los millones de mexicanos que conforman la audiencia de cada mañana y que lo siguen a través de las cuentas oficiales, personales y de organizaciones periodísticas.
Inmediatamente, y como si estuvieran en campaña, se presentó un nuevo “cañonazo semiótico”, perdone usted el término, al dar a conocer a los “Municipios de la esperanza”. El llamarlos así –con todo propósito– en una aparente etapa de descenso de la curva epidemiológica, viene a reforzar lo dicho por el mandatario: “Ya se ve la luz al final del túnel”. No obstante, al momento de desentrañar el listado de estas “esperanzadoras ciudades” comparándolo con la herramienta diseñada para ubicarlas en una etapa del avance de la enfermedad se identifica que algo no encaja en el decir de la autoridad.
El recurso mostrado a la prensa nacional y a la sociedad en general es “un semáforo” –hablando de simbolismos– con el que, a través de su coloración, la comunidad de un determinado lugar puede reanudar sus actividades esenciales, no esenciales, académicas y turísticas, así como los cuidados de baja intensidad si, por ejemplo, aparece en el color verde. Como los “municipios de la esperanza”. Las medidas se van endureciendo si el semáforo migra a los colores amarillo, naranja y rojo, siendo el mejor ejemplo de esta última situación la zona metropolitana del Valle de México que incluyen a la capital del país y al estado mexiquense.
Curiosamente y, como lo dije hace dos párrafos, el discurso y la herramienta no coinciden pues, en sí observamos el caso del estado de Nuevo León, se distingue que, de los 51 municipios que conforman la entidad, 26 no han tenido casos de coronavirus, sin embargo, en la semaforización todo el territorio neoleonés aparece de color verde. Es decir, se pueden relajar las medidas de cuidado y se pueden reanudar las actividades económicas y académicas.
En el caso de Tamaulipas, que en el semáforo apareció en amarillo y con un símbolo –un triángulo verde apuntando hacia abajo- que indica que la situación va “por buen camino”, la autoridad local ha reportado a través de la aplicación oficial que hasta el momento de la redacción de la presente entrega hay 917 casos acumulados, de los cuales 521 están activos, se han recuperado 340 pacientes y han ocurrido 56 lamentables defunciones. Lo que nos hace preguntarnos: “¿De verdad podemos considerarnos en “amarillo” con estos números?”
Y es aquí donde empiezan las contradicciones políticas pues en la conferencia del martes 5 de mayo, el subsecretario de Salud, Dr. Hugo López-Gatell, señaló que nuestro estado estaba en otra situación epidemiológica “pues apenas se está subiendo la curva”, por tanto “habrá que buscar la forma de conciliar los discursos”, declaración que se antoja un tanto tibia y prudente para la realidad tamaulipeca. Tres días después, aproximadamente, el gobernador Francisco Javier García Cabeza de Vaca, hace público que la cuarentena concluirá tentativamente el 15 de junio y al inicio de esta semana da por finalizado el ciclo escolar en todos los niveles educativos, incluidas las universidades públicas y privadas.
Si bien es cierto que la prioridad mostrada por las autoridades de los diferentes niveles ha sido la salud de la población en todo el territorio nacional, también es verdad que esta serie de estrategias en algunos estados del país pudiera suponerse como una especie de arrebatos políticos para generar empatía en un determinado sector de la población. Digo lo anterior porque, después de las “aparentes” inconsistencias que existen entre el discurso y la herramienta, se empezaron a correr entre las redes sociales frases como “se ha politizado la pandemia”, “el semáforo político” o uno que me causó cierta gracia por el ingenio del autor, “la priandemia mexicana”.
Nuevamente –como para no perder la costumbre– la sociedad se ha polarizado en torno a las decisiones de los gobiernos y, mientras unos le dan mayor peso a la salud y por tanto a FGCV, otros se resuelven a favor de la economía y aplauden a AMLO. Empero, como dicen los “chamacos” en las canicas: “Aquí no hay pierde”, pues a partir del 18 de mayo la realidad será dibujada por las cifras que arrojen los llamados “municipios de la esperanza”.
Y hasta aquí pues, como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.
¡Hasta la próxima!