Sobre el asteroide que lleva su nombre, Carl Sagan emprendió finalmente, hace 25 años, su viaje hacia las estrellas, algo que le sedujo toda su vida.
La búsqueda finalmente terminó, pero paradójicamente, la curiosidad de sus indagaciones le debe haber conducido ahora, al asombro del hallazgo definitivo. El misterio, cualquiera que este sea, está ahora patente ante sus sorprendidos ojos, en la danza infinita de los astros.
No quiero, sin embargo, hablar aquí de sus innumerables premios, ni de sus libros, ni de su afán por desentrañar el enigma del universo. Quiero tan solo referirme, en este homenaje a su persona, a la cruzada que encabezó en conferencias, programas de TV y en numerosos artículos de divulgación científica, para defender nuestro planeta. Creía inverosímil que nos dedicáramos con tanto empeño a la búsqueda de otros mundos, y sin embargo nos hubiéramos olvidado del nuestro. La tierra, nuestro hogar, decía, está siendo sistemáticamente destruida, mientras volteamos los ojos para escudriñar otros posibles universos.
Con aturdidores ejemplos, Sagan mostró esas incongruencias. El sobrecalentamiento de la Tierra había crecido más o al menos igual en un siglo, que lo hizo en toda la historia de nuestro planeta. Con ironía afirma que “si nuestras técnicas no fueran tan rudimentarias” sin duda ya habríamos acabado con la Tierra. Y que el aumento indiscriminado de la población hará, si no usamos del sentido común, que “está briosa y enérgica raza de seres humanos, que ha avanzado hasta cierto grado de inteligencia y raciocinio” se olvide de sí misma y convierta el hogar común en un lugar inhabitable.
Sin detrimento de su brillante contribución a la astrofísica, a sus profundos análisis sobre el tiempo y el espacio y a sus estudios sobre la evolución de la especie humana, Carl Sagan debe sin duda ser recordado por su énfasis en señalar la necesidad que tenemos de resguardar esta nuestra nave espacial llamada Tierra. En los textos memorables lanzados en las sondas espaciales, nos describe como seres amantes de la paz, por si alguna civilización extraterrestre nos llegara a contactar. Sagan estaba enviando al mismo tiempo, un mensaje implícito a todos aquellos que habitamos este minúsculo planeta azul, situado en las orillas del océano cósmico. Nuestra historia es breve, dice, (la analogía que hace de la historia de nuestro planeta y del hombre, con un año cósmico, es formidable) pero podrá ser más breve aún, si por un afán de progreso irracional e irrefrenable, acabamos siendo sus víctimas y no sus dueños. Pareciera ser que nos hemos olvidado que nuestra lucha por dominar la naturaleza no conlleva el que la destruyamos, porque al hacerlo, nos estamos destruyendo a nosotros mismos, que somos parte de esa naturaleza.
En el prólogo del libro de Stephen W. Hawking, “Breve historia del Tiempo” Sagan se hace eco de su colega, diciendo que este universo autocontenido, sin un borde espacial, sin principio ni final en el tiempo, no parece tener necesidad de un creador o diseñador. Su especulación fue siempre que todo lo existente se ha dado por la fortuita conjunción de elementos químicos que finalmente llegaron a su esplendente culminación con el hombre.
El poseedor de más de veinte doctorados honoris causa no pudo encontrar una explicación del universo más allá de las leyes físicas, que todo lo gobiernan. “El universo es todo lo que es, todo lo que fue y todo lo que será”, dice definitivo. Pero su sentido de búsqueda por lo trascendente estuvo siempre presente cuando aceptó que al menos la teoría del diseñador de esta gran máquina que es el universo, “es una bella y retórica forma de explicar la existencia humana”. Y aunque no compartió esta “bella metáfora” pienso que su honestidad científica tuvo suficientes soportes, que le impidieron visualizar más allá de las intrincadas redes de las ecuaciones físicas, si “el primer motor inmóvil” de Aristóteles, era al menos una posibilidad metafísica.
Por eso creo, aclarando desde luego es que solo una humilde opinión basada solamente en mi fe, que instalado ahora más allá del tiempo y del espacio, habrá quizás encontrado la fuente de su sed de comprensión y que Alguien le dirá sencillamente “Yo soy el origen de tu sentido de búsqueda. Yo soy el Alfa y el Omega. Te esperaba. Te esperé desde siempre. Eres bienvenido”.
Hace 25 años Carl Sagan murió de leucemia. Su mente lúcida le llevó a indagar sobre los más remotos orígenes del universo. Hijo de inmigrantes navegó con avidez en las Bibliotecas de su país, buscando una explicación al misterio del cosmos. En lenguaje sencillo presentó de forma amena sus teorías acerca del origen de la aventura humana. Quiero creer que el fin de esa aventura lo entiende hoy cabalmente.
Stephen Hawking