/ domingo 13 de octubre de 2024

Café cultura / Lucía di Lammermoor

En el breve preludio que abre la ópera, tras un redoblamiento de timbal, las trompas dibujan en el espacio trazos de profunda tristeza, cual indicio de la tragedia que imperará en la partitura.

Los prolegómenos giran en torno a una añeja querella que enfrenta a dos familias. Lord Enrico Ashton de Lammermoor y Edgardo de Revenswood son enemigos acérrimos que viven en castillos cercanos. Bajo este matiz, el padre de Edgardo, muerto en una batalla, ha debido ceder sus posesiones a los Lammermoor. No obstante la enemistad, Lucía, hermana de Enrico, ha quedado ineluctablemente prendada de Edgardo, quien a su vez abriga por ella un inusitado amor.

El clima prevaleciente obliga a los enamorados a celebrar encuentros furtivos en los campos, mientras el viento parece confundirse en ese halo de exaltación... Alisa, acompañante de Lucía, reprocha a ésta que se deje ver bajo el sol resplandeciente con Edgardo. Pareciendo no escucharla, Lucía refiere a su amiga los presagios sombríos que en ella despierta la visión de una fuente a medio derruir.

En ese instante aparece Edgardo, y la fiel amiga se aleja discreta cuidando que los enamorados no sean sorprendidos. Él comunica a su amada que partirá de Escocia con destino a Francia para reclamar desde allí sus propiedades. Esa noticia ahonda la desesperación de Lucía. Antes de separarse, ambos intercambian anillos en señal de eterno amor.

Normanno, comandante de la guardia del castillo, intercepta la comunicación epistolar de la pareja. Redacta en su lugar una falsa misiva que muestra la infidelidad de Edgardo en tierras francesas obedeciendo a una orden de Enrico, quien además finge estar condenado a muerte si no lo salva la influencia del acaudalado Arturo Bucklaw.

Lucía, apesadumbrada y pálida por la noticia, consiente las presiones y exigencias de su hermano, de casarse con Arturo. Necesitando todavía confiar en alguien, pide consejo al capellán Raimondo Bidebent, quien le dice que el silencio de Edgardo confirma su traición.

En la amplia sala del castillo los nobles y la gente celebran el compromiso. El novio hace su arribo respondiendo con una cavatina al saludo de los asistentes. Una desencajada Lucía aparece en la estancia. Presto, Enrico explica que su aspecto obedece a una profunda pena que la agobia por el reciente fallecimiento de su madre.

A punto de desfallecer, ella firma melancólica el contrato nupcial. Repentinamente alguien llega. Con voz y gestos amenazantes, una gran capa de viaje y un sombrero con el ala hacia arriba, aparece Edgardo extenuado por el dolor. Lucía cae desvanecida. Los adversarios se enfrentan, todos envainan las espadas...

La Galería del castillo de Ravenswood sigue iluminada en espera de celebrar los esponsales de Lucía. Hipando y con paso vacilante, el capellán pide que cese la alegría. Un terrible suceso ensombrece aún más el castillo...

Ataviada de blanco, con su mirada de piedra, los cabellos despeinados y el rostro hundido en el resplandor de la muerte, Lucía desabriga haberse perdido en la demencia:

El dulce sonido

de su voz me hirió... Ah, aquella voz

me ha llegado al corazón.

Edgardo, soy tuya otra vez.

Edgardo, ah, Edgardo mío,

soy tuya otra vez

He huido de tus enemigos.

Hielo serpéa en mi pecho...

tiemblan todas mis fibras...

vacila el pie.

Cerca de la fuente, siéntate conmigo...

En el cuadro final del Acto III, ante las tumbas de la Ravenswood, en un bello y lánguido soliloquio, Edgardo ve lúgubremente interrumpida su soledad por unas personas que se acercan a él, mientras las campanas de Lammermoor tocan con el sonido de la muerte....

amparo.gberumen@gmail.com

En el breve preludio que abre la ópera, tras un redoblamiento de timbal, las trompas dibujan en el espacio trazos de profunda tristeza, cual indicio de la tragedia que imperará en la partitura.

Los prolegómenos giran en torno a una añeja querella que enfrenta a dos familias. Lord Enrico Ashton de Lammermoor y Edgardo de Revenswood son enemigos acérrimos que viven en castillos cercanos. Bajo este matiz, el padre de Edgardo, muerto en una batalla, ha debido ceder sus posesiones a los Lammermoor. No obstante la enemistad, Lucía, hermana de Enrico, ha quedado ineluctablemente prendada de Edgardo, quien a su vez abriga por ella un inusitado amor.

El clima prevaleciente obliga a los enamorados a celebrar encuentros furtivos en los campos, mientras el viento parece confundirse en ese halo de exaltación... Alisa, acompañante de Lucía, reprocha a ésta que se deje ver bajo el sol resplandeciente con Edgardo. Pareciendo no escucharla, Lucía refiere a su amiga los presagios sombríos que en ella despierta la visión de una fuente a medio derruir.

En ese instante aparece Edgardo, y la fiel amiga se aleja discreta cuidando que los enamorados no sean sorprendidos. Él comunica a su amada que partirá de Escocia con destino a Francia para reclamar desde allí sus propiedades. Esa noticia ahonda la desesperación de Lucía. Antes de separarse, ambos intercambian anillos en señal de eterno amor.

Normanno, comandante de la guardia del castillo, intercepta la comunicación epistolar de la pareja. Redacta en su lugar una falsa misiva que muestra la infidelidad de Edgardo en tierras francesas obedeciendo a una orden de Enrico, quien además finge estar condenado a muerte si no lo salva la influencia del acaudalado Arturo Bucklaw.

Lucía, apesadumbrada y pálida por la noticia, consiente las presiones y exigencias de su hermano, de casarse con Arturo. Necesitando todavía confiar en alguien, pide consejo al capellán Raimondo Bidebent, quien le dice que el silencio de Edgardo confirma su traición.

En la amplia sala del castillo los nobles y la gente celebran el compromiso. El novio hace su arribo respondiendo con una cavatina al saludo de los asistentes. Una desencajada Lucía aparece en la estancia. Presto, Enrico explica que su aspecto obedece a una profunda pena que la agobia por el reciente fallecimiento de su madre.

A punto de desfallecer, ella firma melancólica el contrato nupcial. Repentinamente alguien llega. Con voz y gestos amenazantes, una gran capa de viaje y un sombrero con el ala hacia arriba, aparece Edgardo extenuado por el dolor. Lucía cae desvanecida. Los adversarios se enfrentan, todos envainan las espadas...

La Galería del castillo de Ravenswood sigue iluminada en espera de celebrar los esponsales de Lucía. Hipando y con paso vacilante, el capellán pide que cese la alegría. Un terrible suceso ensombrece aún más el castillo...

Ataviada de blanco, con su mirada de piedra, los cabellos despeinados y el rostro hundido en el resplandor de la muerte, Lucía desabriga haberse perdido en la demencia:

El dulce sonido

de su voz me hirió... Ah, aquella voz

me ha llegado al corazón.

Edgardo, soy tuya otra vez.

Edgardo, ah, Edgardo mío,

soy tuya otra vez

He huido de tus enemigos.

Hielo serpéa en mi pecho...

tiemblan todas mis fibras...

vacila el pie.

Cerca de la fuente, siéntate conmigo...

En el cuadro final del Acto III, ante las tumbas de la Ravenswood, en un bello y lánguido soliloquio, Edgardo ve lúgubremente interrumpida su soledad por unas personas que se acercan a él, mientras las campanas de Lammermoor tocan con el sonido de la muerte....

amparo.gberumen@gmail.com