El tiempo es mi materia, el presente tiempo, los hombres presentes, la vida presente.
Drummond de Andrade.
Cuando se pasa la línea imperceptible que separa un año de otro, y esa línea no signifique sino apenas el paso de un día a otro, y salga el sol igual que ayer y que mañana, y queramos sustraernos a la secuencia lógica de acontecimientos, se tiene pese a todo, una sensación de pérdida. No en vano han quedado atrás, con sus tintes felices o amargos, episodios de nuestra vida configurados para siempre. Ya nadie podrá cambiarlos: al andar se hace camino,/ y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar –decía Antonio Machado. Y al volver la vista atrás, se vislumbran a veces unos cuantos instantes plenos, que nos hacen ver cuánto vacío cabe en el tiempo… Entre el pasado y el futuro transcurre la vida porque el pasado y el futuro existen siempre: dos formas de perder el momento presente, que es lo único que tenemos.
De antiguo habita en el hombre la certitud de que lo único real es el momento del ahora, el tiempo presente, el que da autenticidad a nuestra existencia. Decía Nietzsche que el tiempo sólo tiene una realidad: la del instante. Que el tiempo es una realidad limitada al instante y suspendida entre dos nadas. Decía que el tiempo podrá sin duda renacer pero en principio deberá morir. No podrá el tiempo trasladar su ser de un instante a otro para lograr una duración, porque el instante es ya la soledad…
Si no podemos sumergirnos dos veces en el cauce de agua que es la vida; si las olas del mar no se repiten y no se repite el tiempo, seamos un todo en los instantes. Ya Heráclito nos habla del minuto presente:
(…) nada hay en el mundo que tenga permanencia.
Todo es fluyente y huidiza toda figura.
El tiempo mismo en continuo movimiento se desliza y pasa semejante al río: parar nunca puede el río, y nunca para la hora voluble. Como las olas se empujan siempre y la que viene es empujada y empuja a la ola que adelante fluye, así vuelan las horas y, al mismo tiempo se suceden, nuevas son siempre de nuevo: lo que antes fue, ya no es, lo no sido, surge (…)
El Tomás de Aquino de mi nacimiento, refiere la capacidad del ser humano de liberarse del tiempo: “El hombre es horizonte y confín de dos mundos. Por su cuerpo entra a formar parte del mundo de las cosas materiales y queda sometido a sus leyes. Pero su espíritu le permite entrar en el reino de lo inmutable y eterno”. Y este sabio no habla aquí de separar cuerpo y espíritu y perder hasta el último hálito. Él habla de vivir la vida en todas sus dimensiones, unidos lo temporal y lo infinito.
Siguiendo el dualismo antropológico, en correspondencia con el cieno, el barro, la arcilla de donde el hombre ha sido formado, se subraya que somos de Tierra y Agua. Somos de materia sidérea que nos lleva a la reflexión y al pensamiento. Y si bien, puede decirse aún hoy que el corazón del hombre permanece adherido a lo sustancial, no se podrá negar que el pulso del mundo percute acelerado, por la acumulación masiva de imágenes que confunden el ámbito de lo real, dejando para la mirada colectiva, símbolos engañadores que intentan llevarnos a una especie de exilio interior. Sí. La modernidad se ha centrado en descubrir el carácter temporal e histórico de la vida del hombre. Si esto suponía un enriquecimiento, llevaba también consigo el riesgo de olvidar lo dimensional del espíritu y arrastrarnos a lo provisorio, al aislamiento, al vértigo…
Sin duda lo más desconocido e intrincado es la conducta humana. La sociedad de la desmesura se propaga en la atmósfera. Hoy todos deberíamos al menos pensar en los muchos embates a los intereses comunes. Asumir de inicio que el cambio climático es causado por nuestro estilo de vida irresponsable, en que lo real se vuelve secundario. Hoy las voces, desde pescadores a científicos, se hacen oír en pos de encontrar medidas que lleven al saneamiento de las aguas…
Situados en la línea invisible que separa un año de otro, quizá haya llegado el instante de poner nuestros relojes a su ritmo, al tiempo presente, al PRESENTE tiempo…
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