“El café, puede que sea un veneno, pero debe de actuar de forma muy lenta porque hace ochenta y cinco años que lo tomo Y me sienta muy bien”. - Voltaire
Ilustres e innumerables artistas han ponderado las virtudes del café. El incorregible tertuliano Ramón Gómez de la Serna afirmaba que esta bebida posee el don de apaciguar al indócil y de volver comprensivo al incomprensivo. Miguel de Unamuno llamaría Universidades del pueblo a estos establecimientos. El Nobel Ramón y Cajal decía sentirse más español en los cafés, y qué decir de Camilo José Cela con su Café de Artistas.
Toulosse–Lautrec, Manet y Degas, retratando al lienzo los Cafés de Pigalle en París, En el Café des Ambassadeurs, Cantante de Café–Concierto con Guante, obras que culminan en estrecha relación con el observador, acaso también porque regalan a la mente los prodigios del néctar de los dioses.
En su vida tan difícil como peculiar, Beethoven jamás se preocupó por las buenas mesas, pero en lo concerniente al café empleaba con toda precisión sesenta granos para obtener la mejor taza: la suya. Ni un grano más, ni uno sólo menos.
Imposible no recordar aquella Cantata del Café, compuesta por J.S. Bach en 1732. A Rossini, gran músico, gran gourmet –creador de filete Rossini presente en muchas cartas del mundo– para quien el café era asunto de quince o veinte días; justo el tiempo a transcurrir para escribir una ópera. Balzac, refiriendo esta frase del compositor concluía de su obra: “Esa música que endereza las cabezas gachas y da esperanza a los corazones más dormidos”, consignándose que Honoré de Balzac hace alusión a la cafeína tal si las virtudes de ésta se hubiesen transportado mágicamente a las notas del músico.
De similar forma, Brillat Savarin sentenciaba que el espíritu superior de Voltaire, uno de los más acérrimos bebedores de café, era atribuible a esta bebida por “la claridad admirable que se observa en sus obras”. Del filósofo de Ferney se dijo: “es el hombre de ingenio por excelencia; el más agudo de los humanos, el más vivo, el más despierto. Todos los demás, a su lado, parecen dormir o soñar despiertos.”
Buffon, el más ilustre naturalista francés, era un gran aficionado del café. Haciendo referencia a esta particularidad, Brillat Savarin se preguntaba si en el uso de la bebida había que adivinar la fuente de “la armonía entusiasta que se encuentra en su estilo”. Y agrega: “Es evidente que varias páginas del tratado sobre el hombre, el perro, el tigre, el león y el caballo, fueron escritas en un estado de exaltación extraordinario”.
Entre estos elogios tan sublimes como inspirados, encuentro sin embargo, uno que merece ser entrañablemente recordado quizá por su relación estrecha con el origen del oscuro néctar:
El café despeja la cabeza, con la cabeza despejada se trabaja muy bien, trabajando muy bien se obtienen ganancias, las ganancias producen dinero, el dinero produce buen humor, el buen humor produce felicidad, el que es feliz se halla dispuesto para el bien,las buenas obras conducen al cielo, por lo tanto: el café es el camino al cielo.
Jeque Ansanai Djezeri
Hanball Adbal Kadin, 1587.
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