Hemos atacado implacablemente a la naturaleza desde que nos organizamos como sociedad para vivir; como individuos aislados, en las primeras etapas de nuestra evolución como especie, vivimos en total armonía con la naturaleza y sus leyes.
Se ha reconocido al nacimiento de la agricultura como el primer gran impacto ambiental de las sociedades del hombre y que se agudizó con el advenimiento de la Revolución Industrial en el siglo XVIII en Europa y por su expansión, que hoy en día denominamos globalización; guerra mundial contra el ambiente le llamaría hoy por sus consecuencias para la naturaleza y sus recursos cada día más escasos. Quizás el término “guerra” no sea el más apropiado, porque esta situación habla de al menos dos contendientes en pugna, pero yo no veo cómo la naturaleza se pueda estar defendiendo del hombre (quizás y preocupante, es que no alcanzamos a percibir la respuesta que da o está preparando la naturaleza).
Dicen que del árbol caído todos hacemos leña, quizás pronto tengamos que usarlos para tallar nuestros epitafios. Cifras y referencia de los daños que hemos causado a la naturaleza desafortunadamente no faltan; sobran. De acuerdo con informes de la ONU, de 1970 a la fecha la población mundial se ha duplicado, la economía mundial cuadruplicado y el comercio internacional multiplicado por 10 y, para alimentar, vestir y dar energía a este mundo en expansión, los bosques se han talado a velocidad asombrosa, especialmente en áreas tropicales, entre el año 1980 y 2000, se perdieron 100 millones de hectáreas de bosque tropical, principalmente por la ganadería en América del Sur así como las plantaciones de aceite de palma en el sudeste asiático. Peor que los bosques tropicales, se encuentran los humedales, en el año 2.000 solo se conservaba el 13% de los que existían en el año 1700.
La ambición y la demanda global por los recursos naturales han generado actos de lesa humanidad contra la naturaleza; pareciera que no lo vemos, no lo sentimos, no nos importara; a pesar de las señales ya críticas de la condición de nuestros recursos naturales (degradados, contaminados y algunos muchos ya extintos). Se han firmado muchos acuerdos de “paz” con la naturaleza, solo con el compromiso signado de una de las partes como han sido, por ejemplo: la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación en París, 1994; Convención para la protección del medio ambiente marítimo en la zona del mar Báltico, Helsinki, 1992; y, uno de los acuerdos más recientes, es el signado en 2015 por 193 jefes de Estado y de Gobierno que se reunieron en la Sesión 70 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, aprobando la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la cual, emanan 17 objetivos y 169 metas de aplicación universal que, desde el 1 de enero de 2016 rigen los esfuerzos de los países para lograr un mundo sostenible para el año 2030; México, es uno de los países firmantes de este acuerdo.
Me referiré, a la obra literaria de Gabriel García Márquez “El Coronel no tiene quien le escriba”, donde se relata la historia de un personaje “un viejo coronel” que espera la pensión que nunca llega pese a todos sus méritos y sacrificios militares. Así pues, veo que nunca llegará la “pensión de paz” para la naturaleza; es quizás mejor hablar de prepararnos para afrontar las consecuencias.